Diario del Cesar
Defiende la región

Minería en el Cesar

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En varias ocasiones he reiterado; soy un amigo de la actividad minera cuidadosamente regulada e intervenida por el Estado, compatible con el desarrollo sostenible, con inclusión del capital natural en los costos de producción, respetuosa del medio ambiente y de los derechos étnicos y comunitarios; así como también me he opuesto a cualquier forma de economía de enclave.

Se ha demostrado en otros países que es posible cambiar el paradigma tradicional de la minería que deprime, que instrumentaliza y empobrece los sitios donde se realiza, por un paradigma alternativo que permanece, que dinamiza y enriquece las economías. Esta última forma de hacer minería resume mi lucha política y demuestra que sí es posible la conciliación de la actividad minera con las economías locales y con la naturaleza.

Nuestro territorio cesarense ha sufrido sucesivas “bonanzas” que, al margen de las utilidades particulares generadas, dañaron irreparable y gravemente el medio ambiente y la población; contrario a la bonanza de nuestro preciado grano en la zona cafetera, en el Cesar no quedaron bienes públicos importantes como infraestructura física e institucional, demanda agregada, etc.; tampoco impulsos importantes para el desarrollo local, ni encadenamientos económicos.

La minería y el petróleo no se debe agotar en las cifras  que nos caracterizan como un departamento exportador, atractivo para los inversionistas y que se “vende” fácilmente para extraer riqueza, sin correspondencia alguna en términos de desarrollo humano, confirmando la llamada maldición de la minería, paradoja producida por el extractivismo y la primarización que atrapa a los pobladores de dichas zonas como si fuera una trampa.

¿Se cambiará la historia dejando en nuestro territorio resultados positivos de dicha actividad? Hernández Gamarra, en El cesar del futuro: un territorio socialmente cohesionado, señala que

“la senda que hoy transita el Cesar está surcada por un patrón de crecimiento económico poco incluyente, por marcadas desigualdades sociales, por un deterioro muy acentuado de la base productiva natural, por la carencia de una sólida institucionalidad y por dificultades serias para que se haga un buen uso de los recursos públicos, especialmente de aquellos que se perciben como beneficios fiscales de la producción carbonífera”.

No ha cambiado aún la historia de nuestras bonanzas; todo tiende a seguir igual. Absorbemos los perjuicios que conlleva la actividad minera, mientras nos marginan de los beneficios e irónicamente se nos muestra ante el país -a punta de cifras- como un polo de bienestar y crecimiento. Hernández Gamarra, acudiendo a Joseph Stiglitz, explica tamaña paradoja:

“Desde lo conceptual, atrás quedó la época en que desarrollo significaba crecimiento económico y por allí derecho sólo aumento del PIB per cápita. Ese deslinde conceptual se hizo necesario pues múltiples experiencias han mostrado que el aumento de la producción por sí solo no genera más bienestar, es decir, más satisfacción de la población en términos de la calidad de los empleos, el ingreso, el consumo, la salud, la educación y en general el control del medio circundante”

La riqueza en tales condiciones de poco o nada nos sirve, termina perjudicándonos y confirmando la maldición de la minería.

Sin embargo las cifras gruesas y a veces fuera de contexto de esta “prosperidad” son hábilmente usadas para vender más minería en el extranjero, para exhibirnos en nuestras regiones como suertudos, despilfarradores y corruptos; esto generó la idea de “regar la mermelada en toda la tostada” con la que se llevaron las regalías, cuando realmente la mermelada ya estaba regada en toda la tostada, pero las externalidades no.

Mediante ladinos movimientos mediáticos, legislativos y políticos se disimula la tragedia ambiental, económica y social que vivimos exclusivamente los cesarenses; mientras la publicidad endereza baterías contra nuestra región mostrando los supuestos beneficios y defectos de las poblaciones productoras.

*Abogado