Lo que el país viene observando que está pasando en el Ejército con los casos de corrupción puestos sobre el tapete y en el que aparecen involucrados, ya no cabos y sargentos, sino oficiales del mas alto rango, como son los coroneles y generales, es la oportunidad para que el Gobierno le haga una alta cirugía a las Fuerzas Militares y se ataje lo que podría desembocar en una grave desinstitucionalización. Como dice el dicho, si la sal de corrompe, que mas se podría esperar.
En las encuestas de opinión y de favorabilidad de las instituciones, las Fuerzas Militares son, desde hace varios años, las más respaldadas por los colombianos. En el Gallup Poll del pasado mes de mayo, por ejemplo, no solo ocupan el primer lugar en favorabilidad de las instituciones sino que lo hacen de lejos: 75 por ciento, muy por encima de cualquier otra, como las muy desprestigiadas de la justicia, el Congreso o los partidos políticos, que tienen cifras ínfimas.
Tan alto índice de favorabilidad y confianza es justo tributo a quienes con tanto esfuerzo han hecho por todos los colombianos. Los militares han de retribuirlo con transparencia y compromiso en la lucha contra la corrupción. Jamás debe entenderse tan mayoritario apoyo como una autorización ilimitada, amparando u ocultando actos contra la ética, la ley y el honor militar.
Aunque el ministro de Defensa, Guillermo Botero, el comandante de las Fuerzas Militares, general Luis Fernando Navarro, así como el comandante del Ejército, general Nicacio Martínez, han asegurado ante los colombianos que no habrá tolerancia con quienes incurran en actos de corrupción, desconciertan las declaraciones del general Martínez al referirse al papel que cumple la contrainteligencia del Ejército. Dijo que esa unidad prácticamente se limita a prevenir y detectar posibles vínculos de los uniformados con los grupos armados organizados y con el narcotráfico. Eso, por supuesto, es lo mínimo. Pero los tentáculos de la corrupción son grandes y las tentaciones peligrosas, tienen una gran capacidad de daño cuando se enquistan en el interior de la organización estatal y operan valiéndose de las prerrogativas institucionales.
Hace unas semanas el presidente Duque encomendó a una Comisión para la Excelencia Militar una serie de tareas. Habría que disponer también medidas inmediatas para que los sistemas de control interno, tanto de las Fuerzas Militares (Ejército, Armada, Fuerza Aérea) como de la Policía Nacional, funcionen y sean eficaces.
Es muy preocupante, además, que las fisuras en el interior de las Fuerzas estén sirviendo para dar rienda suelta a venganzas internas. Hay un Gobierno con políticas definidas en materia de seguridad pública, defensa nacional, lucha contra el narcotráfico y contra las organizaciones criminales, incluidas guerrillas supérstites y las que se estarían reagrupando. La alta oficialidad debe estar alineada con el mando civil representado por el presidente de la República y su ministro de Defensa. Quienes no quieran ajustarse a ello deben tener el valor, propio de su honor militar, de dejar paso a quienes sí estén dispuestos a marcharle al actual gobierno.
Por ahora, bienvenidas las investigaciones, delaciones y todo aquello que contribuya a extirpar lo podrido dentro del Ejército y en general en las Fuerzas Militares. Sólo así se podría reparar el grave daño que al honor y la lealtad a la Patria le han causado unas manzanas podridas a las que de paso, les debe caer todo el peso de la ley.