Sin decisiones de mayor alcance que las de continuar con una actitud permisiva frente a la avasalladora actitud criminal del dictador contra su pueblo, concluyó tristemente la publicitada reunión del Grupo de Lima ayer en Bogotá, cuando se creía que estando por primera vez Estados Unidos sentado en la mesa, se adoptarían otros mecanismos mas contundentes que hicieran encausar al vecino país por la libertad y la democracia.
Quienes mantienen el discurso ambivalente de buscar diálogos estériles o dejar o reflexionar a Nicolás Maduro para que abandone el poder, o pensar en países intermediarios de sus afectos para alargar en el tiempo su permanencia, se equivocan. Maduro y su banda criminal no saldrán del poder a menos que lo saquen por la vía de las armas, o una revuelta popular de todo el pueblo. Y no va a ocurrir ni lo uno, ni lo otro. Mientras tanto el Hemisferio occidental y el mundo entero debe continuar soportando el lamentable panorama de una nación sumida en la más profunda crisis social, política y económica producto de una fracasada revolución que tuvo como norte asentarse en el poder para despedazar la prosperidad, riqueza y futuro de todo un país.
Las naciones que se están viendo afectadas por la crisis humanitaria provocada por el delincuente de Maduro y sus narcomilitares que lo respaldan, deben entonces tomar decisiones más dolorosas en contra de quienes han migrado de su país, como por ejemplo el cierre de las fronteras y la repatriación a Venezuela de quienes han estado huyendo del régimen. No queda otra alternativa. Seguir siendo receptores de esos ciudadanos es solucionarle el problema a Maduro y permitirle continuar en el poder. Al dictador no le importa si quienes huyen de su país lo hacen por miedo o por hambre. Le da igual. Es más, de pronto en la ecuación criminal en el que se encuentra le resulta más rentable que a quienes no puede satisfacerle las principales necesidades de supervivencia, opten por otro camino y con ello se libera de lo que considera una ´carga social´. Por eso hemos venido insistiendo en estas líneas editoriales que por muy doloroso que resulte la vía que se utilice para sacar a Maduro del Palacio de Miraflores y a los militares ponerlos a buen recaudo de la justicia norteamericana o de la Corte Penal Internacional, ella se debe emplear.
Bien lo aseguró ayer el presidente interino Juan Guaidó cuando le dijo a sus demás colegas en la reunión del Grupo de Lima que ´ser permisivos con Maduro es una amenaza para la región´.
Aquí no se trata de hacerle ver al mundo como lo ha planteado de manera reiterada el régimen sus defensores, que es un dilema entre la guerra y la paz. Esa esa es la falsa premisa de quienes mienten con descaro y cinismo cuando a falta de argumentos democráticos retrotraen la discusión a principios baladíes para que no pase nada y se continúe masacrando a todo un pueblo. Al mundo entero hay que decirle que con Maduro el problema no es ideológico ni político. El problema es de connotación criminal y delincuencial, que ha buscado afianzarse en el poder amparado en una mafia que empleando las armas de la república de la vecina nación, las utiliza para reprimir al pueblo y violentarle sus derechos y libertades.
Que el continente no se equivoque, ni tampoco la comunidad internacional. Con Maduro en el poder no hay esperanzas de que Venezuela pueda retomar el serio camino de la democracia. Pero además, cimienta con peligrosidad la estabilidad del Hemisferio.
El apoyar o no el uso de la fuerza o de una intervención militar de manera unilateral por parte de los Estados Unidos no debe desunir el único propósito con el que se identifican todos: sacar a Maduro de la conducción del que fuera un gran país. Pero para ese dilema que se ha planteado, ahí están las Naciones Unidas. Un organismo multilateral que en otras ocasiones ha actuado y con resultados eficaces e imperativos. Esta podría ser su oportunidad.