Las personas valerosas no merecen morir.
En la sociedad colombiana existen dos palabras que generan escozor: socialismo y comunismo; a las cuales se le ha impregnado un significado satánico, por decirlo de algún modo; es tanto el satanismo inculcado a estos términos, sobre todo en sus formas adjetivas, que ha justificado toda clase de vejámenes y violencia; incluso ha sido confundido o intencionalmente involucrado con la defensa de los derechos humanos y las luchas por las reivindicaciones sociales, entendidas estas como las batallas legales de ciertos grupos poblacionales que reclaman mejores o mayores garantías de sus derechos.
Puedo remontar esta cruel concepción nacional a 1928, con ocasión de la masacre de las bananeras, en la que los trabajadores de la multinacional norteamericana Unit Fruit cansados de la explotación y pocas garantías laborales deciden realizar una huelga para reclamar mejores condiciones y mejores derechos; en respuesta a ello el gobierno colombiano de la época apoyando y defendiendo los intereses de la empresa ordenó abrir fuego contra los huelguistas, bajo el argumento de que eran revoltosos e incendiarios, y que difundían propagandas socialistas; tal argumento tuvo su fundamento en el miedo que les representaba, tanto al gobierno, como a las empresas, el triunfo de la Revolución Bolchevique y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuyos principios eran en esencia la reivindicación del hombre trabajador y la distribución de la tierra, estableciendo la expropiación de los terratenientes y el reparto de la tierra entre los campesinos. Y digo miedo porque esos principios pugnaban con el control y la explotación de la tierra, es decir, los intereses de las empresas y los terratenientes. Aunque tiempo después fue comprobado por el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán que los huelguistas y la huelga era pacífica.
Pero en Colombia ese ideal se tergiversó de tal manera que todo aquel que reclamara o defendiera sus derechos era tildado de comunista o socialista; era visto como un enemigo de la institucionalidad y en el peor de los casos era asesinado.
Pues bien, a partir de ese hecho histórico la lucha por el control territorial generó lo que conocemos como movimientos guerrilleros. Personas alzadas en armas que bajo un ideal, justificado o no, atizaron la concepción y el ideario nacional y a los términos peyorativos de socialismo y comunismo, se asoció el de guerrillero; que daba muchos más motivos para eliminarlos, ya que la lucha armada no era bien vista.
Un ejemplo claro de esto, sucedió con la Unión Patriótica, partido político que nace para intentar una apertura política en el país (Gobierno de Belisario Betancur); pero resultó siendo el capítulo más sangriento de nuestra historia política. La Unión Patriótica se perfilaba como una opción de pacificación para que las FARC, el EPL, M-19 y la guerrilla indigenista Quintín Lame, y una puerta para ingreso a la legalidad. La cual se formó por la alianza del Partido Comunista Colombiano, organizaciones sociales, dirigentes sindicales y algunos miembros de los partidos liberal y conservador. Con los lamentables resultados conocidos, esto es, en el país no había cabida para esta corriente de pensamiento y de ahí devino su exterminio.
Luego de las firmas del Acuerdo de Paz de La Habana (Gobierno de Juan Manuel Santos), se creyó que los defensores de los derechos humanos y los líderes sociales jugarían un gran papel en la reconstrucción del tejido social y el fortalecimiento de la sociedad, pues ellos se encargarían de visibilizar las problemáticas que atraviesan determinadas poblaciones. Pero no fue así y no es así. La eliminación de estas valientes personas se agudizó hasta lo que hoy por hoy vemos que sucede: los matan a sangre fría, los matan con amenazas o sin ellas. Los están matando. Están matando a la gente valerosa.
En Colombia, porque en ninguna otra parte del mundo, vemos como matan casi diariamente a los defensores de Derechos Humanos y a los líderes sociales, como una forma vil para desestimular la lucha pacífica. Pero ¿Quién o quiénes los matan? Esto es algo que ha quedado grande descifrar a los poderes estatales, y puedo decir, que no les importa. Que no les importa cambiar ese errado ideario, y mucho más triste es ver al colombiano común, el colombiano de a pie, defender y pregonar ese vergonzoso satanismo. Verlos votar por miedo a perder lo que no tienen, y no por ganas a recuperar lo que merecen por derecho, por dignidad; verlos defender una bandera que no los incluye, que los utiliza para el verdadero beneficio de unos cuantos. ¿Hasta cuándo?
*Abogada, especialista en DDHH y Derechos Internacional Humanitario