Diario del Cesar
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El juglar que tenía en su alma un pedazo de acordeón

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Quienes conocieron a Alejo Durán lo describen como un hombre carismático y caballeroso.

La Ley 1860 de 2017 aprobada por el Congreso de la República declaró este 2019 como “El año conmemorativo a la vida y obra del maestro Alejo Durán”. Por ello se construirá una escultura que será puesta en un lugar referente de El Paso, Cesar, lugar en donde también habrá hoy varios eventos académicos que exaltarán la vida y obra del célebre compositor e intérprete de la región Caribe colombiana.

Carlos Vives uno de los más connotados artistas colombianos estuvo presente en los actos celebrados en El Paso, Cesar, ya que es un abanderado de la música de Alejo Durán.

Más vaquero que campesino, Alejo Durán animaba los ratos de asueto de los trabajadores de la hacienda Las Cabezas en El Paso, Cesar. “Ahí nací y ahí me hice hombre. Era trabajador, y tocaba el acordeón”, dijo alguna vez.

El bautizado Gilberto Alejandro Durán Díaz llevaba la tradición musical en la sangre gracias a una madre tamborera y varios integrantes de su familia que tocaban el instrumento típico del vallenato.

La música era más una afición, su oficio en la finca ganadera hacía parte de su trabajo diario: “Comenzó en la cocina, cuidó la casa, fue ordeñador, casero y corralero, hizo todo el periplo de peón de hacienda”, cuenta el investigador cultural Abel Medina Sierra.

Por su carisma y talento sonoro dejó la vaquería y agarró el acordeón. De pueblo en pueblo salía a cantar, “o con sus hermanos o con Luis Enrique Martínez. Demoraban una semana, echaban unos pesos en el bolsillo, les daban unos sacos de plátano y se iban a otro lugar, sin cita previa. Pasaban hasta un año fuera”, explica Medina.

Esas correrías y la llamada trashumancia (cambiar periódicamente de sitio) son las características de lo que se denomina juglar y por eso Durán representa fielmente a los errantes del acordeón.

UNA PERSONALIDAD ÚNICA

El compositor personifica una época en la música vallenata en la que lo más importante era el estilo, el que Medina describe como reposado, bien marcado por notas largas y con puyas (ritmo afín a la cumbia) más tranquilas y menos aceleradas que las que se conocen hoy, tan frenéticas y vertiginosas. “Las de él no eran pulsaciones rápidas ni en su forma de cantar ni de tocar el instrumento”.

CANTANTE Y COMPOSITOR

Como intérprete tenía un rango de voz que llegaba a notas que muy pocos colegas conseguían alcanzar, “hasta Jorge Oñate se vio en calzas prietas para llegar al tono al que Alejo llegaba”, explicó el investigador. Y como autor era minucioso, observador y contador de historias.

Le cantaba a la cotidianidad, a la cultura de la región, a las costumbres de los pueblos, pero en especial a las mujeres.

De cada población salía una canción, por eso su colección de melodías fue abundante y muchos artistas se han encargado de perpetuar su legado. Carlos Vives grabó Altos del Rosario y Fidelina; Los hermanos Zuleta 039, Atardecer sinuano y La trampa, y hasta Diomedes Díaz lo homenajeó con El inventario y Mal de amor.

SU PASO POR EL FESTIVAL

En bus llegó a Valledupar para montarse en la tarima Francisco El hombre en 1968 y ser el primer Rey Vallenato. Tenía 49 años y una gran experiencia en correrías, ya había grabado discos que vendía en los municipios. En la competencia interpretó Pedazo de acordeón, Alicia Adorada y Corralito. Ganó esa vez, pero una de las anécdotas más registradas de su paso por esta tradición data de 1987: “El mayor ejemplo de honradez”, según la misma organización del festival.

En la plaza Alfonso López de la capital del Cesar se realizaba la gran final del primer concurso Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata. Durán tocaba de nuevo Pedazo de acordeón, su célebre canción en aire de puya. “Silenció de repente su acordeón, agarró el micrófono y con su voz fuerte hizo la declaración que nadie esperaba: ‘pueblo, me he acabado de descalificar yo mismo’”, relatan en las crónicas de ese año. Fue un error imperceptible para los acordeoneros que participaban y hasta para los integrantes del jurado quienes le pidieron que siguiera haciendo la interpretación, “asunto que rechazó al principio, después aceptó y terminó aplaudido”, contó en un artículo Gustavo Gutiérrez Cabello, uno de los evaluadores de ese momento.

Por eso Alejo Durán fue un hombre respetado, no tuvo contradictores. Le encantaba jugar dominó, sus amigos lo recuerdan como un caballero humilde, de respuestas rápidas y mujeriego. Tuvo cerca de 20 hijos reconocidos y otros 20 repartidos en la costa según los biógrafos del artista. Cuando se murió, el 15 de noviembre de 1989, dejó no solo un pedazo de acordeón, también un legado para la historia musical de Colombia./Colprensa