José María Ramos, ‘El Décimo’, un ejemplar de la nota vallenata
POR:WILLIAM ROSADO RINCONES
Casi siempre en el arte musical los padres no quieren que su hijos sigan sus pasos, en el vallenato se conocen varias historias de músicos que nunca compartieron que sus retoños tomaran esos caminos, sobre todo los de las primeras generaciones cuando los ejecutores del vallenato eran discriminados y relacionados con el trago y la vagancia, de hecho, esa primera generación se dedicó a eso, a parrandear y a mujerear, no existía la posibilidad de una vida digna, para la manutención de un hogar.
Pero hay una razón más poderosa que la propia voluntad, y es la genética, cuando el torrente sanguíneo viaja a la mente y al corazón con los sonidos de cualquier género musical, es muy difícil que los herederos no nazcan con esa inclinación y por mucha negativa que haya, aparece la osadía como elemento cómplice para lograr los objetivos.
Historias hay muchas con ese mismo contenido, así le pasó a José María Ramos Rodríguez, ‘Chemita’ Ramos, quien no quería ver acordeoneros en su familia, pero hoy, los ve convertidos en artistas para su beneplácito y no como los parranderos trotamundos como se les veía en el pasado. La mayor complacencia la siente con ‘Chemita’ Jr., quien le siguió tanto sus pasos que, hasta se coronó rey vallenato como él.
Este es apenas un trozo de las historias que ha vivido ‘Chema’ Ramos Rodríguez, el de la segunda generación, pues curiosamente, también su padre fue acordeonero, y para más coincidencia, tenía el mismo nombre, es decir son tres los ‘Chemas’ de la familia los que han descargado la herencia en sus descendientes.
LE DICEN EL DÉCIMO
‘Chema’ Ramos Rodríguez, más conocido como ‘El Décimo’ por haberse ganado el Festival de la Leyenda Vallenata en la versión número 10 en 1977 en cambio, no tuvo el reproche de su papá, un ejecutor de grandes cualidades para que lo enseñara a tocar, a quien se le pegaba al pie de las largas parrandas aprendiéndole cada pase, y hasta logró conseguir que le comprara un acordeón cuando tenía 15 años, a esa edad, tuvo la responsabilidad de sembrar un estilo que rápidamente nació y creció en la región.
Cuando pudo haber aprendido más la sabiduría de las notas de su padre, el infortunio apareció, ya que, un desadaptado le asestó una puñalada al pecho del ‘Chema’ mayor en esa caja torácica que solo había recibido en su vida, el vibrato de unos fuelles que abría y cerraba al calor de una buena parranda o ‘colita’.
De ahí en adelante, apareció el sacrificio en la vida de Ramos Rodríguez, debió sortear el doloroso episodio con estoicismo, la vida se le volvió un ‘merengue’, pero terminó superando el caos a la velocidad de una ‘puya’, porque no quería vivir al ‘son’ de la tristeza, pues tenía el horizonte para que su vida fuera un ‘paseo’ a la fama.
De su papá le quedó el recuerdo de que fue un versado ejecutor que tuvo la talla de ‘Colacho’ Mendoza, con quien solía enfrentar grandes piquerías, además de la altura de Víctor Soto y Luis Fragoso que eran los acordeones de más renombre en la región de Urumita y La Jagua del Pilar, su entorno parrandero.
Él fue quien lo guio inicialmente con clases certeras, pero curiosamente, no arrancó tocando un vallenato, sino el merengue dominicano ‘Avelina’, y ´La Rama del tamarindo’ por lo que no recibió ningún reproche, ya que su papá le había dicho que debía aprenderse cualquier canción y como esas estaban de moda, por ahí le pareció que era el camino.
De ahí en adelante, superado el suceso, ‘Chemita’ descolló con creces el dolor y se volvió una ‘fiera’ con el acordeón, era la mejor manera de recordarlo y agradecerle por las enseñanzas que le dieron el valor para empuñar las banderas que rápidamente lo llevaron a la grabación del primer disco en 1976 de la mano de Carlos Lleras Araújo, un vocalista que, emergía con fuerza en la región de San Diego.
PRIMERA GRABACIÓN
“Le agradezco a Lleras que me sacó de Urumita, me llevó a Barranquilla donde tenía que pasar una prueba, porque antes era así, no es como ahora que un acordeonero se aprende cualquier cosita, dos o tres canciones ya es profesional, antes no, el que no tenía condiciones no surgía, ahora se meten una plata al bolsillo y cualquiera graba” sostiene el décimo rey del Festival de la leyenda Vallenata.
Chema Ramos es un convencido de que la felicidad no está en la plata, por eso, vive feliz con lo poco que ha ganado, reitera que la prosperidad está en la satisfacción de sacar a la familia adelante y tener el amor de una buena esposa, y agradece a Dios haber dado el prodigio a su mente y a sus dedos con lo que aún se mantiene vigente.
La primera vez que grabó se ganó 250.000 pesos, era la época en que los cantantes no se les habían montado a los acordeoneros, junto a Carlos Lleras les pagaron 500.000 pesos y dividieron en partes iguales. En esa temporada las disqueras llevaban a grabar a Medellín con buenos hoteles y atenciones. “Todo eso se acabó, la piratería terminó con ese negocio” asegura este veterano acordeonero.
Chema es un hombre de luchas y triunfos, antes de irse a grabar había ganado varios festivales de la región. En 1976 se ganó la entonces categoría semi-profesional en el Festival de la Leyenda Vallenata, y al año siguiente ganó la categoría profesional. Detrás de esos triunfos, se alzó con muchos más certámenes en Villanueva, La Guajira, en donde triunfó en todas las categorías, además de Barrancabermeja y muchas más poblaciones y cuyos trofeos reposan como testigos de toda esa grandeza musical.
Los años no pasan solos, de aquel parrandero que pulsaba con firmeza y emoción el teclado de su acordeón y que soportaba largas jornadas de bohemia, ya queda poco, ya el cuidado debe ser mayor, pero eso no le impide pegarse sus ‘palos’ moderadamente, el temple es inherente a las emociones que descubren las más finas melodías e inspiración parrandera.
En una palabra, la nota de Ramos Rodríguez es “exquisita”, es lo que manifiestan quienes han gozado su sabiduría musical, y lo siguen buscando para esperar auroras con olores a región y sabores a provincia.
PROPIAS PRODUCCIONES
A raíz de la desaparición de las disqueras, le ha tocado patrocinar sus propias producciones para dejar registro de una herencia que no se puede ir con él a la tumba, es menester que las futuras generaciones conozcan la pureza de una nota sonora de un acordeón de un gigante en la erupción melódica, cuya métrica desafiante solo es comparable a un volcán de emociones y notas. Así lo ha dejado registrado con artistas de mucha talla como Iván Villazón con quien estuvo en una producción encargada de rescatar esa melodía pura que poco a poco se pierde en el ocaso de callosidad vallenata. También realizó el CD, ’Tributo al décimo’ donde cantaron ‘Poncho’ Zuleta, Silvio Brito, Ivo Díaz, Fabián Corrales y Alex Manga.
Con Villazón grabó 14 temas al que llamaron sin tanto preámbulo ‘El Vallenato Mayor’, con lo que sintetizaron la madurez de dos ejemplares con decanatura, en este trabajo, están los mejores temas parranderos de Urumita, esos que durante noches enteras tocaba sin repetir ninguno pues el repertorio era tan nutrido como las calagualas en los jardines de esa tierra superdotada de talentos.
“Tocar el acordeón es un don que Dios me dio y que yo lo he sabido conservar, guardando los patrones de los acordeoneros que he seguido como Luis Enrique Martínez y ‘Colacho’ Mendoza, estilo que morirá conmigo. Aunque hay otros músicos grandes que yo los admiro como Alfredo Gutiérrez, Emilianito Zuleta, estos son indiscutiblemente los músicos míos”, acota este juglar urumitero.
Reconoce que no ha sido compositor en gran escala, pero dice tener sus “temitas”, pero saca pecho en lo que considera lo suyo, que es, la ejecución del acordeón, el que le ha dado la vida y su ser, y le ha servido para mantener a una familia muy unida, casi todos músicos.
Su caso es contrario a lo que hizo su papá, él no les permitía a sus hijos, que tocaran el acordeón, los que mantenía permanentemente con llaves, él quería que sus hijos estudiaran por lo rudo que ‘jalar’ acordeón toda una noche, “a veces con ganas de irse a acostar” como dijo Emilianito, pero no lo pudo evitar.
Era tanta la prohibición que ‘Chemita’, su hijo aprendió a tocar con otro maestro a los 20 años. “Se fue a pasar vacaciones donde un tío en Maicao y cuando regresó ya tocaba acordeón lo que me sorprendió al ver tanta precisión no me tocó más sino apoyarlo” dice entre risas este gran ejecutor. Hoy es el hijo del cual se siente orgulloso y que, como él, se ganó el Festival Vallenato, y es uno de los más fieles reflejos en su nota.
Detrás de ‘Chemita’ se fueron los demás hermanos: José Alejandro y Eduard, ambos buenos acordeoneros, pero están dedicados a sus profesiones particulares, aunque tocan y parrandean y participan en algunos festivales, y hay otros dos hijos que también están relacionados con la música, Yalil José y José Roberto ’Monín’, quienes son: guacharaquero y presentador respectivamente.
Con un poco más de 70 años, ‘Chema’ Ramos Rodríguez aún no piensa en el retiro, en la actualidad, aparte de las parrandas particulares, hace parte del grupo ‘Las Glorias del Vallenato’, experimentado grupo que trabaja al servicio de la Alcaldía de Valledupar en donde tiene su sueldo mensual.
“Decirle que me voy a retirar es echarle mentiras, mientras Dios me tenga parado, me tenga con vida, así no me gane un peso, seguiré tocando mi acordeón, porque ese nació conmigo y tiene que morir conmigo, porque es un gusto que tengo yo en mi corazón y es que me nace tocar y solo Dios sabrá hasta cuándo va a estar conmigo”.
Como premio a ese tesón ha recibido grandes elogios y reconocimientos, que si bien no le dejan recursos, si le alimentan esa alma provinciana que le nutre la habilidad para seguir arrancando sinfonías a ese instrumento que le heredó a su difunto padre, a quien inmortalizó el compositor Enrique Añez, en un son que se metió al catálogo de las obras antológicas del folclor vallenato, y que la dinastía Ramos, toca en todos los concursos en los que participan, y así lo harán en el homenaje que se les tributará en el Festival de Urumita a comienzos de este mes de septiembre:
“Compadre Obdulio cuando vaya pa Urumita
Me le dice a chema ramos que se aprenda este son
Que lo he compuesto para el padre de Chemita
Ese ilustre acordeonero que murió con su acordeón.
En una noche llena de fatalidad
Cuando la mano criminal de un traicionero
Segó su vida llena de felicidad
Dejando trise la historia de un parrandero”