La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, cumplió ochenta años. Tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, fue fundada en Quebec (Canadá) el 16 de octubre de 1945, por treinta y cuatro países -entre ellos, Colombia- y tiene por objeto liderar un proceso permanente para alcanzar y hacer efectivo, en todo el mundo, el respeto al derecho humano de la alimentación adecuada.
En su acto constitución puede leerse que la FAO ha de promover el bienestar común, fomentando la acción individual y colectiva, con el propósito de elevar los niveles de nutrición y las normas de vida de los pueblos; lograr una mayor eficiencia en la producción y distribución de todos los productos alimenticios y agrícolas; mejorar las condiciones de la población rural y de este modo contribuir a la expansión de la economía mundial, pero asegurando el respeto a la dignidad humana.
En el marco de la celebración, fue contundente y oportuno el mensaje del Papa León XIV, quien expresó:
“Es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional. Son cifras que no podemos reputar como meras estadísticas: detrás de cada uno de esos números hay una vida truncada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible”.
Oportuno mensaje papal, que, además, al rechazar el uso del hambre como arma de guerra, aludió -sin mencionarlo- al despiadado proceso que, en Gaza -en el curso del genocidio-, ha conducido a la horrible muerte de miles de personas -entre ellas, muchos niños- en una hambruna provocada.
Como tuvimos ocasión de expresarlo en la Universidad Santiago de Cali, durante el evento académico convocado por la FAO, el Estado colombiano debe extremar sus esfuerzos por lograr que, en todo el territorio, el derecho a una alimentación adecuada y digna se satisfaga de manera permanente y en condiciones de igualdad. Está expresamente consagrado en el Acto Legislativo 1/2025 y, en el caso de los niños, dice el artículo 44 de la Constitución que, entre sus derechos fundamentales y prevalentes, está el de la alimentación equilibrada. Según la norma, cualquier persona puede exigir de la autoridad competente su cumplimiento y la sanción de quienes vulneren ese derecho. Es inconcebible que, en varias ciudades del país, los corruptos hayan aprovechado, en su beneficio, programas de alimentación escolar, poniendo en riesgo la vida y la integridad de los menores.
El Estado colombiano debe apoyar las actividades de la FAO y asegurar el derecho a la alimentación en nuestro territorio. Y está bien que, en el plano internacional, como país fundador, Colombia se preocupe por lo que acontece en casos tan aberrantes como el de la hambruna en Palestina.
*Exmagistrado*Profesor universitario