Diario del Cesar
Defiende la región

ANATKH

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En marzo de 1831, en una especie de prefacio de su monumental novela Nuestra Señora de París, Víctor Hugo dice que un año cualquiera, “visitando o, por mejor decir, huroneando” la catedral que inspiró su obra, encontró en un rincón de una de sus torres la palabra que titula esta columna, grabada a mano sobre la pared. No supo el genio francés de la literatura lo que significaba, ni quién pudo haber escrito aquel vocablo de sentido “fúnebre y fatal”. Tampoco se explicaba qué alma en pena partió del mundo de los vivos dejando aquella “marca de crimen o de infortunio en la frente de la vieja iglesia”.

     Seiscientos y más años habían pasado desde cuando Luis VII y el papa Alejandro III colocaron la primera piedraque inició la construcción en 1163 de esta iglesia maravillosa del período gótico,perteneciente al extenso medioevo. La inscripción de la palabreja, decía entonces Víctor Hugo, ha desaparecido, y recalco textualmente la continuación de lo expresado por el escritor, porque “han embadurnado o raspado (no sé cuál de las dos) la pared…porque esto es lo que se está haciendo hace ya cerca de doscientos años con las maravillosas iglesias de la Edad Media”. El sermón, en el lenguaje del exponente de la literatura románticista, es más largo, no sé si dolido, que es lo que se cree, por la desaparición de la inscripción, o por las reparaciones cíclicas a las que era sometida la joya arquitectónica. Pero bastó para que finalizara su prefacio sentenciando:”el hombre que escribió allí aquella palabra desapareció hace muchos siglos de en medio de las generaciones; la palabra ha desaparecido  también de la pared de la iglesia, la iglesia misma acaso desaparecerá bien pronto de la faz de la tierra”.

     Pero la “enorme esfinge de dos cabezas”, que ha sobrevivido a las “mutilaciones, de dentro como de fuera”; del sacerdote que la pintorrea, el arquitecto que la raspa y del pueblo que llega enseguida y la derriba, a decir de Víctor Hugo sobre las iglesias medievales; que sobrevivió a la Revolución francesa y al incendio de 1871, volvió a mantenerse erguida el pasado 15 de abril de 2019. Solo sucumbió al fuego su aguja de 93 metros, proyecto emprendido por el defensor del naciente neogótico, Eugene Violet-le.Duc, en una de sus restauraciones llevada a cabo en 1845.

Reims, Chartres, de Colonia, de Milán, San Esteban, de Burgos, de Sevilla, de Nueva York, Santa María del Fiore y, por supuesto, Notre Dame, son las diez catedrales góticas más famosas del mundo. Fue el discurso de inicio sobre el gótico, con el que inició su disertación Fidel Lombardi Mainieri, mi profesor de matemáticas e historia, en clase de Historia de la Arquitectura, por allá en primer semestre en la Udea. Sería aquel un encuentro fascinante con la belleza sublime; con el conocimiento del arco ojival, de arbotantes y contrafuertes; de naves y bóvedas de crucería, etc., singulares descubrimientos que ayudaron a resolver problemas técnicos constructivos, entre ellos poder construir iglesias cada vez más altas. Y no es que haya optado después la costumbre de Ken Follet, de visitar catedrales en cualquier lugar del mundo con el fin de escribir más tarde Los pilares de la tierra, significativa obra para conocer los vericuetos que conllevaba entonces la edificación de uno de estos edificios majestuosos. Bastó continuar con mi otro profesor de historia, Manuel Carrerá, un enamorado del neogótico,para mantener viva  hasta hoy la admiración por el más preciado legado del medioevo: su arquitectura. ¡Anatkh, catedral de Notre Dame!