Todo dictador tiene un comportamiento de sicópata que lo convierten en asesino en serie. No le interesa nada distinto que aferrarse al poder, a como dé lugar, así tenga que matar y llevarse por delante a su propio país.
Ese es el retrato que hoy vemos en la Venezuela de Nicolás Maduro. Un delincuente aupado por una narcobanda de militares que no tienen otra alternativa que la de buscar por cualquier medio que les resulte seguir gobernando a la pobre nación sumida hoy en una de las peores crisis de la historia entre los países del Hemisferio Occidental.
Lo ocurrido ayer en Venezuela cuando Maduro y su banda impidieron a punta de plomo, gases lacrimógenos, francotiradores y tanquetas de guerra el paso de la ayuda humanitaria para la gente que se está muriendo de hambre y otros que ad portas de morir por la falta de medicinas deben llamar urgentemente la atención de la comunidad internacional para que se unan en torno a un solo propósito : la salida del régimen y la libertad de un pueblo que clama por la democracia, la paz y el retorno de la institucionalidad.
Y ese llamado que se pide hoy va dirigido exactamente a las Naciones Unidas, que deben hacer presencia con sus fuerzas de seguridad para restablecer el orden constitucional en ese país y expulsar al usurpador y sus secuaces.
Esa fuerza multilateral de la ONU podría ser la tabla de salvación frente al rechazo que provoca una intervención militar directa, efectiva y eficaz de los Estados Unidos, que ha estado siempre dispuesto a hacerlo pero sin tener consenso en el continente donde la hipocresía diplomática sigue contemplando los crímenes que perpetra el régimen.
Ahora bien. Ya estamos advertidos por las potencias de Rusia y China que no comparten una intervención en Venezuela por cuanto se afectarían sus intereses. Pero son mayores los intereses de las naciones suramericanas que la de esas dos pirañas del sistema que se están viendo afectados por la obsesionada permanencia del régimen chavista en el poder.
Tras los hechos de violencia en los puntos de la frontera con Venezuela, que han impedido el paso de la ayuda humanitaria que tanto necesita el pueblo de ese país, a los venezolanos no les queda otra que tomarse las riendas de esa nación por las vías de hecho. No hay otra. Que va a haber muertos, ¡claro!, ninguna contrarevolución social no tiene víctimas. La cuota de sangre que ha venido aportando la valiente sociedad del país de Bolívar tiene que detenerse, aun así ello demande otra cuota más de sacrificio en víctimas, pero se detiene. El gota a gota de los muertos que vienen poniendo el pueblo es peor que el que puede presentarse en la sublevación total. Es más, de acuerdo con los analistas, el genocida de Maduro no sería capaz de ordenar masacrar a 30 o 40 mil personas que se le apuesten frente al Palacio de Miraflores, ni los narcomilitares que lo acompañan tendría la suficiente valentía de asesinar a su propio pueblo.
Por eso siempre hemos dicho que en manos de la sociedad venezolana está el de acabar esa terrible situación que vienen padeciendo. El pueblo es el único que tiene la solución, que será dolorosa, desde luego, pero se termina con la pesadilla y la tragedia.
Al cierre de esta edición se conocía la decisión del dictador en romper relaciones de toda índole con nuestro país. Ello desde luego enmarcado por el desespero de un animal herido, casi que solitario y arrinconado. A pesar de ello es capaz de cometer cualquier barbarie. Por eso, el Gobierno del presidente Iván Duque debe estar acompañado de la seriedad para las respuestas y determinaciones adecuadas.