Diario del Cesar
Defiende la región

No hay vuelta atrás, carrera por la vida

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Como individuo cada uno es libre en su actuar, por tanto, debe asumir su responsabilidad con calma y acatar absolutamente todas las recomendaciones de las autoridades para cuidarse. Con esta actitud sana, desde el ser y el hacer, se convierte en un miembro de la sociedad que puede sentir satisfacción porque su rol protege a toda la comunidad y lo convierte en un influenciador positivo para su familia, amigos y entorno. No hacerlo, insistimos, aumenta la velocidad de contagio del país, la exigencia al sistema de salud y los muertos. Ante este reto enorme tenemos hoy una bella oportunidad de reencontrarnos como personas, con nosotros mismos y el otro, cumpliendo con el deber ser, haciendo el bien.

Como familias y amigos, cada círculo debe velar por la conciencia y disciplina del grupo. Proteger a niños y mayores, no olvidar a los vecinos, especialmente si son adultos mayores, y a las personas vulnerables.

Como empresa cada entidad está en el deber de proteger su ecosistema para garantizar el bienestar de sus empleados y clientes. Esta es una etapa que sin duda pone bajo presión extrema las realidades financieras de las compañías, pero reconocemos el valor de aquellas que han tomado acciones contundentes como instalar sistemas de trabajo en casa, implementar métodos virtuales de trabajo, cancelar eventos, cerrar centros culturales y parques, etc. En el medio están algunas que parecen no estar conectadas con la realidad. Y, finalmente, en el otro extremo están aquellas cuyos servicios son indispensables y deben consumirse con mesura, pensando en las necesidades de todos, por ejemplo: servicios públicos, centros de salud y farmacias, tiendas de alimentos, etc. Es deber de los ciudadanos tomar nota de su valentía, protegerlas y abrazarlas hoy y en el futuro cuando podamos decir que ha vuelto la calma.

Los gobiernos locales, regionales y nacionales deben tener las prioridades claras y actuar en consecuencia, regulando para contener y mitigar el efecto.

Para un país que en las últimas décadas ha sufrido el embate de casi todas las manifestaciones de violencia, y que ha visto sufrir año tras año a millones de personas por cuenta de la barbarie y la sevicia de los actores delincuenciales de toda laya, la actual emergencia sanitaria por la expansión del covid-19 es, sin duda, el mayor desafío a la supervivencia nacional en la centuria. Pero esta vez la clave para mitigar el efecto de la grave amenaza no recae en los máximos dirigentes del país ni en aquellos que, desde las armas o la criminalidad, han tratado de arrodillar la institucionalidad y ponerse por encima de la ley.

Si bien es cierto que corresponde al Gobierno nacional, en cabeza del Presidente de la República, delinear y aplicar el plan de choque para hacer frente a esta emergencia sanitaria que tiene en estado de alerta y confinada en sus casas a buena parte de la humanidad, el éxito o fracaso de la estrategia para enfrentar la pandemia, y que esta cobre el menor número posible de víctimas mortales, radica en cada persona, en la forma en que cada individuo se haga responsable de aplicar las medidas higiénicas y de aislamiento social para evitar así que la curva de contagios se salga de control y ponga al sistema de salud contra la pared, como ha ocurrido en muchos países.

Hay que ser realistas: por más eficiente que sea un Estado, por más amplia que sea la cobertura de su aparato institucional sanitario, por más numeroso que sea el pie de fuerza policial y militar e incluso por más autoritaria o democrática que sea la aplicación del principio de autoridad, no hay gobierno en el planeta que sea capaz de frenar los contagios de esta enfermedad viral sin tener la colaboración abierta y decidida, pero sobre todo consciente, de su ciudadanía.

Aunque la aparición del virus se registró a finales de diciembre en China, en estos casi tres meses de emergencia sanitaria global ya hay muchas lecciones aprendidas sobre lo que se debe y no hacer para disminuir el impacto del coronavirus.

Lecciones que algunos países han sabido aplicar con criterio y celeridad, pero otros han fallado. Sin embargo, en uno y otro caso queda claro que buena parte del éxito o el fracaso ha radicado en la capacidad de todos y cada uno de los integrantes de su respectiva sociedad para entender que está en cada uno de ellos la clave principal y prioritaria para disminuir o acrecentar la amenaza que hoy ya tiene más de doscientos cuarenta mil contagios confirmados en todo el globo y alrededor de doce mil víctimas fatales.

En medio del análisis de los desafíos que está pandemia le está planteando a la humanidad, algunos de los más prestigiosos pensadores modernos han concluido que el covid-19 es, sin duda, el más grande reto a la ética personal en el último siglo.

A diferencia de otros conflictos, tragedias y amenazas mundiales, en donde el elemento fundamental recaía en los liderazgos de unos pocos encargados de tomar las grandes decisiones, frente a la pandemia la actitud que tome cada persona, sin importar su género, raza, origen o el nivel político, económico, social e institucional, es un eslabón determinante para su propia supervivencia, pero también para la de su familia y la de su entorno más cercano.

Desconocer las medidas más básicas de prevención e higiene, o exponerse a los factores de riesgo suficientemente advertidos en estos tres meses, evidencia una deficiencia grave en materia de ética, valores humanos y conciencia social. Se trata de infracciones gravísimas, no solo por los delitos que comportan, sino porque evidencian una actitud casi suicida en las cuestiones más fundamentales del ser social, pues esa falta de conciencia individual frente al cuidado de su propia salud también pone en serio peligro a sus seres queridos y su comunidad. La pregunta, entonces, es una sola: ¿Estamos todos y cada uno de los colombianos conscientes de la gran responsabilidad que nos cabe para frenar la mayor amenaza al país en las últimas décadas?

Finalmente, la invitación es a vivir esta etapa desde la conciencia, con serenidad y una sonrisa. Es, sin duda, una época exigente en la que el compromiso responsable y generoso de cada uno es anónimo pero trascendental.