Ahora nos toca a todos ¡cumplir!
Durante esta semana nuestro enfoque editorial ha estado insistiendo en la necesidad de que los colombianos tomemos conciencia de la tragedia que está viviendo el mundo con el coronavirus, el cual ya se encuentra en nuestro territorio y aun no sabemos cuáles serán sus funestas consecuencias. Solo sabemos del clamor con el que nos envían a través de las redes sociales angustiosos llamados desde Italia, España, Francia y otros países del Viejo Continente, donde ha sido devastador la presencia del que también se conoce como ´el virus asesino´.
En estos tiempos de incertidumbre hay que mover la atención hacia la sensatez, representada en aquellas personas expertas, proveídas del conocimiento necesario en las causas, el desarrollo, las consecuencias y, sobre todo, en la mejor forma de gestionar las crisis de grandes proporciones. Hay que tomar medidas sobre la marcha, disponer los medios, sopesar los derechos afectados y aprender del entorno inmediato o remoto donde esa crisis ya haya dejado consecuencias.
Italia y España son los países a los cuales hay que dirigir la mirada para saber qué hay que hacer aquí y cómo. Ambas, naciones desarrolladas de la Unión Europea, dotadas de amplias infraestructuras y avanzados sistemas de salud pública. El coronavirus ha atacado a sus poblaciones con virulencia. Más tarde o más temprano, tomaron medidas que fueron escalando hasta decretar el confinamiento de buena parte de sus habitantes. Cada día hay más infectados y, ayer mismo, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, dijo al país que “lo peor está por venir”.
También Angela Merkel, en el primer discurso televisado -fuera de los tradicionales de Navidad- que dirige a sus conciudadanos, hizo ayer un descarnado recuento de lo que se les viene.
El Gobierno Nacional está cumpliendo con lo suyo, y además de decretar la calamidad pública y decretar el estado de emergencia económica y social, decretó el aislamiento total y preventivo para impedir una tragedia mayor de propagación del virus.
Hay que atender a quienes sí saben y, como decíamos al principio, mirar a quienes ya están sometidos a lo más crudo de la crisis. Es hora en Colombia, y principalmente en las grandes ciudades y municipios medianos, de disponer la protección de las comunidades, resguardadas en sus casas. Es la mejor forma conocida hasta hoy, junto con la autoprotección, de precaver mayores daños y de evitar un contagio masivo.
Hay servicios y labores que no se pueden interrumpir: los de salud y su cadena de valor, primero que todo, incluyendo las farmacias. Los servicios públicos domiciliarios esenciales, la gestión de residuos, la producción, el abastecimiento, la distribución, la venta de alimentos y su cadena der valor, y la de los bienes de primera necesidad, la seguridad pública, la información fidedigna (incluyendo aquí la circulación y distribución de la prensa), entre otros.
Los colombianos se enfrentan a un panorama inédito. Y ellas, la sociedad y el Gobierno deben ratificar una escala de valores y bienes a proteger, entre los primeros deben estar -siguiendo a la salud- el empleo, las condiciones mínimas de subsistencia de los más vulnerables (como la población económicamente informal), la atención a los niños y a los mayores. En suma, toda esa gama de factores que moldean y garantizan la paz social.
La mejor y más eficiente manera de enfrentar una emergencia es, a no dudarlo, que la adopción de las medidas se haga de manera ordenada, coherente y jerarquizada, de modo tal que se pueda tener un sistema de control que mida su eficacia, ritmo de ejecución y resultados. Si este proceso se cumple no solo se asegura la posibilidad de alcanzar los objetivos para hacer frente a la crisis respectiva, sino la utilización eficiente y funcional de todos los recursos humanos, técnicos y económicos que se destinen para dicho propósito.
No hay que olvidar, además, que el aislamiento social es una de las principales herramientas para hacer frente a la expansión del coronavirus y todas las medidas que se están tomando buscan concretar esa crucial meta preventiva. Cumplirlas, entonces, se constituye en un imperativo para todos y cada uno de los habitantes de nuestro país, ya que al hacerlo no sólo se está protegiendo el individuo como tal sino a sus familias y el resto de la comunidad en donde vive. Todos, en consecuencia, tienen su cuota de responsabilidad para evitar que la epidemia desemboque en una tragedia de grandes dimensiones.
Como se ve, la prioridad nacional es que el triunvirato Gobierno-ciudadanía-sector privado funcione para derrotar a un enemigo muy peligroso. Y para ello es condición primordial que desde la autoridad, sea cual sea su nivel, facultad y competencia, se escuche una sola voz, ordenada, coherente y jerarquizada.