POR
NIBALDO
RAÚL
BUSTAMANTE
DE LA CRUZ
Ese día las llamas asesinas apagaron la ilusión de un joven de 18 años. El fuego desbordado no tuvo compasión por el estudiante de undécimo grado del colegio Alfonso Araújo Cotes; sus gritos de auxilio no tuvieron respuesta al clamor agonizante en medio del calor del incendio.
Luis Ángel Chacón debía estar a esa hora en el colegio, sin embargo, la muerte lo llamó como una premonición que no tenía reversa porque el destino estaba escrito. “Él pidió permiso para hacer unas diligencias y cuando se desocupó se fue a descansar a una habitación que en compañía de su padre la tenía arrendada y ahí lo sorprendieron las llamas. No le dio tiempo de nada”, recordó Maximiliano Zuleta, un residente cercano a la vivienda, ubicada en la esquina de la carrera 23 con calle 33, en donde el fuego cómplice de decenas de pimpinas de gasolinas almacenadas provocó la tragedia.
Pasadas las cuatro de la tarde, el sol se ocultó más rápido que nunca como queriendo esconder su dolor. Las nubes grises contrastaban con los ardientes rayos que perpendicularmente fueron testigos de la desdicha de aquel 14 de julio de 2010.
Mientras las llamas devoraban el pequeño inmueble, decenas de curiosos y vecinos se llevaban las manos al rostro en señal de impotencia y dolor por tan dantesco e inédito escenario.
“No dio tiempo de nada, yo escuchaba los gritos en mi casa, no sabía lo que pasaba, cuando me acerqué ya estaban ahí los bomberos, luego me di cuenta que había tres o cuatro personas adentro”, dijo Maximiliano Zuleta.
Pero Luis Ángel Chacón no fue la única víctima de la deflagración porque minutos antes la candela desaforada no tuvo compasión con Fernando José Álvarez Parada, tampoco con su hijo, un menor de 13 años que quiso defender a su progenitor de las llamaradas que poco a poco fueron arrasando con lo que se encontraban a su paso feroz.
NUEVE AÑOS DE DOLOR
A punto de cumplirse nueve años de la tragedia, Maximiliano Zuleta tiene intactas aquellas escenas desgarradoras. Mientras toma su bicicleta para ir al mercado para comprar víveres y surtir su pequeña tienda, ubicada a pocas cuadras del lugar en donde ocurrieron los hechos, tiene tiempo para contar detalles de una de las tardes más horrorosas de las que haya sido testigo en sus 66 años de vida.
“El señor Fernando Álvarez quiso irse a lavar las manos porque las tenía sucias de gasolina, no sé si la ropa también la tenía mojada porque ahí vendían gasolina, la tenían almacenada. Como que pasó cerca de la estufa y el calor produjo el incendio, su hijo quiso ayudarlo pero también fue alcanzado por las llamas. Posteriormente murieron en el hospital”, dijo.
Blanca Oliva Navarro Abril fue la cuarta víctima del incendio al no aguantar las múltiples quemaduras y perdió la batalla contra la muerte en una clínica de Valledupar. Aunque la familia de las víctimas no quiso referirse al suceso, vecinos del lugar coincidieron en asegurar que “ella era la esposa del señor Fernando Álvarez y madre de Luis Fernando. Cuando comenzó el incendio ella estaba viendo televisión en el mismo lugar en donde, presuntamente, estaban almacenadas las pimpinas y a dos o tres metros de la cocina. Ahí quedó rodeada por el fuego y sufrió quemaduras de consideración”.
Juan Bautista Marulanda Marín, un bombero con 34 años de experiencia contó con detalles la manera cómo atendieron la emergencia de aquel 14 de julio de 2010. “A nosotros nos llamaron como a las tres o cuatro de la tarde, nos informaron sobre un incendio en la carrera 23 con calle 33 esquina, cuando llegamos allá de inmediato acordonamos el sitio, ya se habían llevado los heridos para el hospital, los vecinos usaron los extintores, nosotros refrescamos el lugar para que no hubiera retroceso en las llamas. Cuando son incendios de estas características y el fuego aun está, usamos agua retardante, pero eso fue terrible porque cuatro personas perdieron la vida”, recordó el miembro del organismo de socorro que ahora se desempeña en el área de prevención del Cuerpo de Bomberos de Valledupar.
SIGUEN VENTAS ILEGALES
Pese a que las autoridades aseguran que el contrabando del hidrocarburo en el Cesar ha disminuido, las calles de Valledupar registran otro panorama porque es común encontrar en el carrera cuarta, trasversal 25 y 23 de Los Fundadores, La Victoria, avenida Los Militares, La 44, entre otros puntos, venta de gasolinas de ilegal procedencia, tal es el caso de Emiro Sanjuán, quien por más de 10 años sostiene a su familia con el negocio del hidrocarburo envasado en botellas plásticas con valores entre 3.500 y 4000 pesos la garrafa y 6.500 y 7.000 el galón de gasolina.
“El contrabando en comparación con los años anteriores ha bajado considerablemente para lo que entraba en los años del 2012 o 2013. Sin embargo, no ha desaparecido el flagelo y en los últimos ocho meses ha ingresado o vuelto por ahí en la zona de Río Seco y La Paz no en las mismas proporciones de antes pero si ha ingresado”, aseguró Lili Mendoza, coordinadora de Fendipetroleo.
Para el primer trimestre del año las autoridades aduaneras del Cesar incautaron, aproximadamente, más de 22.607, galones de combustible de contrabando.