Diario del Cesar
Defiende la región

Una vida labrada con décimas y tambores

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POR

WILLIAM

ROSADO

RINCONES 

Atravesando  montañas en búsqueda de ‘El Dorado’ que lo representaba la pujanza de la ganadería y la agricultura de esta región, que aún era territorio del Magdalena, aterrizó en este suelo un muchacho que venía ansioso de conquistar el futuro que le hiciera cambiar tal tez, la manera insolvente que había heredado en un rinconcito llamado Caraballo, de ese extenso Magdalena, por donde se respiraba una pobreza ilimitada entre los estratos marginales.

El ilustre expedicionario fue Joaquín Pertuz Barrios, quien por iniciativa de un hermano, tomó un maletín, lo que llevaba puesto y el valor de un alma guerrera,  y que como única arma de defensa exhibía la callosidad de unas manos que no se le arrugaban a cualquier trabajo, por muy altanero que se mostrara el sol. Para eso aprendió a canalizar el torrente del sudor que empapaba su ropa, con el orgullo de un jornalero cabal.

En su andariega aventura pisó lugares sin la orientación de un mapa que lo ubicara en qué parte del planeta estaba dejando sus huellas, solo sabía que su despertador eran los gallos y que el olor a ganadería presagiaba que estaba cerca del puerto que buscaba, tal vez emulando a Alejandro Durán quien en una hacienda ganadera encontró el espacio que lo conectó con la música.

Después de socolar su suerte en medio de marañas aguerridas junto con el hermano que le propuso el viaje para que pudiera comprar sus camisas y zapatos, en un amanecer cualquiera un rayo de esperanza les mostró la brújula salvadora, que llevaría  su nave aventurera a un puerto seguro, a donde entraron con el sigilo y prudencia de los que pisan territorios ajenos.

 

A LA TIERRA PROMETIDA

 

Había llegado Joaquín Pertuz y compañía, a un pueblo que por historia, tenían que amoldarse a sus costumbres propias, ese suelo era Valencia de Jesús, un territorio que por su nombre significaba pureza espiritual, la que a su vez alternaban con la fiesta secular, muy característica de sus nativos.

Pero, esa regla no fue la que detuvo al muchacho que buscaba el recurso para comprar su muda de ropa y su calzado. Apenas se asomaba a los 20 años, llegó cargado de la energía de los potros salvajes y tenía un oído fino para la música, y notó que a donde habían pisado, sus gentes tenían doctorados para el baile, faceta en la que él, también  sabía desequilibrar cualquier esqueleto.

De ahí en adelante el protagonista sería ‘Joaco’ nombre con el que lo bautizaron los que lo acogieron, su don de gente y facilidad para interactuar opacó a su hermano, el que al poco tiempo se devolvió, pero Joaquín se quedó, porque aparte del ambiente agradable que encontró, había visto unos ojos verdes que le cauterizaron el alma.

La habilidad que había mostrado para el trabajo duro, era la misma que tenía intacta para interpretar el tambor, la herencia negra que desembarcó en el Caribe, y eso lo había cultivado desde niño, cuando quedaba embelesado en su pueblo, bajo los golpes que le daba a los cueros “Chan” Payares en la ejecución del alegre pajarito.

Pero bajo su manga tenía otro As, era un declamador de décimas, las que le aprendió a su hermano mayor José Vicente, quien era un experto en esta expresión folclórica de los campesinos del norte de Colombia, ‘Joaco’, en poco tiempo, se había ‘robado’ esa cadencia y la tonada de este tipo de género.

Con esa ventaja se volvió indestronable en Valencia, lo que reforzaba con cualquier baile desde el Mapalé, hasta un tango argentino, eso fue suficiente para echarse al pueblo en el bolsillo, además de que se acomodó en la tribuna de los seguidores de un artista que apenas estaba descollando en esa tierra, el maestro, Calixto Ochoa Campo.

 

MATRIMONIO

 

Tiene la fecha marcada en alma cuando piso el suelo que por siempre se convertiría en su nueva patria. Fue un 12 de Noviembre de 1961, y tres años después, la dueña de aquellos ojos color esmeralda ya estaba frente al altar de la iglesia de Valencia de Jesús, al lado de la imagen del Nazareno que, después lo acogió como un eterno miembro de su hermandad. Le había regalado Dios a Elvira Montero como esposa, con el dolor de varios enamorados que quedaron desbancados frente al hábil bailador, a quienes no les tocó más, sino acogerlo como un paisano más.

El compromiso nupcial lo aterrizó, tenía uno suegros que querían el bienestar para su hija, así que el baile quedó a un lado y emprendió arduas tareas en los grandes algodonales de la región, pero, eso sí, el tambor y la décima, seguían enchufadas en su alma,  por eso en cada parranda relucía estas condiciones y así se fue dando a conocer. Después de salir del área rural luego de 20 años en Valencia, se vino a Valledupar y con esas condiciones artísticas logró hacer amigos que lo conectaron con los cultores musicales que estaban en la palestra.

Acá en la capital del Cesar, logró un trabajo mucho más reposado, fue empleado del Hospital Rosario Pumarejo de López en donde las relaciones se le multiplicaron y por delante siempre estaba la música, las parrandas eran una carta de presentación para que su fama de decimero se fuera extendiendo, a la par de que sus hijos levantados en ese ambiente algunos tomarán esa inclinación.

JoacoPertuz Barrios como prefiere que lo llamen, para que no lo confundan con su homónimo cantante de vallenatos, también de la región de Pivijay, además se le ha medido a cantar vallenatos, pero su afición por la música de Calixto Ochoa no le permitió aprenderse otros cantos y hoy de la 1.500 canciones del maestro Ochoa, este decimero se sabe más de la mitad. En alguna ocasión visitó a su ídolo en su residencia en Sincelejo y lo sorprendió con temas que Calixto Ochoa no recordaba que fueran suyos.

Su torrente genético colmado de música se lo trasmitió a 4 de sus seis hijos: Belmer, es el mayor y su herencia se fue por los lados de la percusión, es un excelente repicador y maneja y dirige a la perfección las tambo bandas; Yomalis, con sus finas manos de mujer, en ocasiones suelta los labiales para darle golpes a la caja vallenata, ha hecho parte de importantes agrupaciones femeninas; Dacler, por su parte, salió inclinado a la vocalización, mientras que Neil Pertuz Montero como se apellidan todos, es un moderno compositor al que los actuales grupos vallenatos le han grabado varios éxitos entre estos: Peter Manjarrés, Luifer Cuello, Jorge Adel, JadithMuegues, Elkin Uribe entre otros.

Estos hermanos músicos son el gran orgullo de JoacoPertuz, porque siguieron su senda y con quienes se emparranda la familia sin que exista espacio para más artistas.

 

INTÉRPRETE PREFERIDO

 

Este juglar campesino, ha hecho Alianza con el escritor, compositor y decimero, José Atuesta Mindiola quien la ha dado el honor de ser su intérprete de cabecera y con quien ha recorrido grandes escenarios del Cesar y Colombia, siempre de la mano de una narrativa de hechos especiales que en el timbre sonoro de ese octogenario, se erizan las fibras de los más enraizados creyentes de la buena capacidad del folclor terrígeno del campo.

Ha sido un trabajo tan afín con el perfil cultural de la región que, se tuvo que plasmar del puño de Atuesta Mindiola,  un libro y un disco compacto para que estas expresiones cada vez más absorbidas por la modernidad rítmica y la descomposición de unas letras sin dinámica cultural, quedaran para la posteridad, y por eso también, en donde exista una tarima de pueblo, ahí está esta dupla tirándole al eco, la melodía y letra de un décima cantada.

“Décimas al decimero” es el título de la obra, en donde impregna Joaquín Pertuz, su particular voz en las composiciones del “poeta de Mariangola” José Atuesta Mindiola, una oda a la vallenatía, al orgullo personal,  ese que a punta de esfuerzos, ha conquistado este batallador, que soltó el machete para siempre, para abrir las guardarrayas de la cultura, en una generación que más fácilmente, empuña la tecnología a espaldas de estos ricos trozos de vivencias cantadas en forma natural.

Como un reconocimiento a ese pueblo que lo acogió y que le dio una familia formidable, dejando a Caraballo en el recuerdo, pero con el reconocimiento de sus raíces, Joaquín Pertuz, orgullosamente dice que, la décima que con más sentimiento canta, es esta que narra su periplo del jovenzuelo que buscaba aquel Dorado que encontró en Valencia de Jesús:

“Cuando salí de mi pueblo
Fue con la decisión
De llegar a Fundación
Sin ningún desasosiego.
Me embarqué en un carro viejo
Para el valle tenía salida
Atravesé el alto de las minas
Y de pura providencia
Me he quedado en Valencia
Que gracias de Dios divina
La tarde se oscurecía
Ya pasada la oración
Las calles de puro mechón
Que en todas las casas prendían.
Y yo con mucha maestría,
Llegué hasta donde Lucila,
Una mujer comprometida,
Hija de Nolberta Bello,
y me he quedado con ellos,
Feliz para toda mi vida.
Y me he quedado con ellos,
Después mi comadre querida”