Diario del Cesar
Defiende la región

La luz que llevamos dentro

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Basta con mirar alrededor para notar que la incertidumbre ha colonizado nuestros espacios cotidianos. El miedo se filtra en las conversaciones cotidianas, en los titulares y en las decisiones familiares. El futuro, se dibuja borroso, como si camináramos en medio de una niebla espesa.

En este contexto, el propósito de ser un faro para quienes nos rodean cobra un sentido de urgencia. Pero aquí surge el gran malentendido, pues a menudo creemos que iluminar significa deslumbrar con una perfección inalcanzable, tener una vida libre de dudas y una hoja de ruta sin tachaduras. Nada más lejos de la realidad.

Si observamos con detenimiento la naturaleza humana, descubriremos una verdad fundamental, pues nadie puede guiar a otro por un camino que no ha recorrido primero, y rara vez se recorre un camino nuevo sin tropezar y bastante. El acto de acompañar al otro, no parte de la infalibilidad; nace de la experiencia acumulada de miles de errores que, eventualmente, se transformaron en enseñanzas. Un faro no sirve por ser hermoso o porque sea impecable; sirve porque conoce dónde están las rocas para que otros no encallen.

Del mismo modo, nuestra capacidad de orientar nace de nuestras propias cicatrices. Son nuestros fallos procesados y entendidos los que nos otorgan la autoridad moral para decir, «Cuidado, por ahí resbala», o «Tranquilo, también me caí ahí y aprendí cómo levantarse».

Para quienes somos madres o padres, este cambio de enfoque es liberador para los adultos y para los hijos. Durante años hemos sentido la presión de ser pilares de mármol, inquebrantables ante nuestros hijos. Pero una orientación más humana nos invita a otra cosa, a la autenticidad. Iluminar la vida de un hijo no es solo proveer y proteger; es enseñarle a gestionar la frustración. Cuando se admite un error, se pide perdón o comparte una dificultad, no está atenuando su luz. Al contrario, está enseña a su hijo que la fortaleza no es la ausencia de problemas, sino la capacidad de encender la lámpara en medio de ellos.

Esta misma lógica aplica a la amistad. La verdadera amistad es un refugio, no un taller de reparaciones. A menudo, cuando un amigo atraviesa un momento oscuro, sentimos la ansiedad de arreglarlo, de darle soluciones rápidas, casi que ni las reflexionamos, opinamos. Sin embargo, ser luz significa, algunas veces, simplemente es sentarse juntos en la penumbra, sin lanzar ni un juicio, hasta que sus propios ojos se acostumbren y puedan encontrar la salida. La luz más potente es la presencia, es transmitir “No tengo todas las respuestas, pero aquí me quedo contigo».

Pero la luz no se limita al círculo íntimo. Existe también esa dimensión sutil donde alguien que no es nuestro amigo, como un colega, un joven que empieza su carrera, o un conocido circunstancial, se acerca buscando ser escuchado y desea orientación. Quizás, esas personas no piden una ruta detallada de vida ni grandes consejos. Lo que buscan es validar sus propias reflexiones. En esos casos, ser guía significa respeto y una escucha atenta. Es confirmar que son visibles y dialogar con empatía. A veces, un gesto, una amable actitud o una palabra de aliento a un desconocido tiene más potencia de luz que un discurso de horas, porque les devuelve la fe y el valor, en que no están solos en su esfuerzo.

Desde este espacio, siento la responsabilidad de quien ofrece una herramienta, no una sentencia. Escribir es mi intento de despejar la niebla, es una búsqueda que no hago sola, sino acompañada por su lectura crítica. No pretendo coincidir con la reflexión de quien me lee, al contrario, busco que estas líneas semanales, sirvan de contraste.

Quizás te preguntes: ¿Por qué hablar de esto? La respuesta es simple, porque entre las noticias urgentes y el ruido diario, se nos olvida lo esencial. No es poesía, es convivencia. La calma y el buen trato son contagiosos, tanto como el miedo. Quizás no podamos arreglar el mundo, pero tenemos capacidad de gestión entre los metros cuadrados que pisamos. Escribo esto como un recordatorio para todos, incluida yo misma. Cuando todo lo demás falla, lo único que nos sostiene son los lazos que hemos cuidado. Hablar de ser luz es, simplemente, una oportunidad para volver a ser humanos.

*Exdirectora del ICBF