Diario del Cesar
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Trampa: creer que el Estado lo hará todo

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Hace unos días, conversando con antiguos colegas del sector público, analizábamos cuánto ha cambiado nuestra comprensión sobre el papel del Estado en el desarrollo del país. Todos hemos pasado años diseñando programas, redactando políticas, y defendiendo planes de gobierno con la convicción de que la clave del progreso estaba en las políticas públicas. Hoy, desde la experiencia en el sector privado y la sociedad civil, lo vemos distinto. Las soluciones efectivas no surgen únicamente en los despachos oficiales.

Cada vez es más evidente que las respuestas más creativas y sostenibles surgen fuera del aparato estatal. Ciudadanos, universidades, organizaciones sociales, acumulan experiencia técnica y visión práctica que supera, en muchos casos, la de la burocracia pública. Entre tanto, el sector estatal está aferrado a una cultura de superioridad que lo lleva a subestimar esos conocimientos.

Culturalmente, hemos caído en la trampa de creer que el Estado lo hará todo. Esa idea, que parece sensata en lo conceptual, deja mucho que desear en la práctica. Cada vez que un gobierno promete “resolverlo todo” mediante una nueva política pública, se refuerza la noción de que el rol ciudadano es el de esperar.

En la práctica, muchas políticas públicas se convierten en políticas para mantener la ilusión de la gente, pero poco para obtener resultados. Se anuncian con solemnidad, se financian con recursos ajenos y se celebran como si la firma de un decreto equivaliera al cambio real. Ya estamos agotados de que se confunda el anuncio y el acto administrativo con el impacto social. La trampa radica en que el Estado dice que actúa, pero el ciudadano no siente los resultados.

Parte del problema proviene de la creencia de que los funcionarios públicos tienen un conocimiento superior al de los particulares. Presunción que ignora la especialidad y profundidad de quienes viven y trabajan en el mundo real, no desde los escritorios.

De acuerdo con estudios sobre confianza institucional de la OCDE (2024), sólo el 22% de las personas que sienten que no tienen voz confían en su gobierno, frente al 69 % entre quienes perciben que pueden participar. La exclusión ciudadana reduce la legitimidad y deteriora la confianza. Pero es muy grave, que el ciudadano espere una oportunidad o solución que no va a llegar.

Otra forma de esta trampa es el permiso estatal. En Colombia, emprender, innovar o asociarse requiere múltiples autorizaciones y permisos. Paradójicamente, pedimos permisos a instituciones en las que no confiamos, porque las percibimos ineficientes o corruptas. Y el exceso de regulación fomenta la informalidad. Cada formulario o trámite es una declaración de desconfianza.

No es casual que la confianza en la sociedad civil supere la que se deposita en las instituciones estatales. Los ciudadanos están confiando más en las organizaciones sociales que en los organismos públicos, principalmente cuando sus resultados son medibles, cercanos y transparentes. Los sistemas sociales innovadores liderados por la sociedad civil, con reglas claras y participación activa, tienden a generar mejores resultados y por ende mayor credibilidad.

Superar esta trampa implica replantear el rol del Estado y devolverle su esencia de garantizar el marco de reglas y condiciones para incentivar la creatividad ciudadana. El Estado debe ser facilitador, no sustituto; debe facilitar que los particulares desarrollen oportunidades con sus capacidades. La política pública deja de ser un instrumento de control y se convierte en una plataforma para el ejercicio de la libertad práctica, capaz de encontrar soluciones que el Estado en mucho tiempo no ha encontrado.

En la medida en que sigamos esperando que el Estado resuelva todos los problemas, seguiremos atrapados en la comodidad de la ilusión. Creer que la prosperidad depende exclusivamente de la voluntad de un gobierno es ignorar el poder transformador de la sociedad y mantener el romanticismo por el accionar del Estado.

El actual gobierno, generoso en discursos y estéril en resultados, ha demostrado los límites de un aparato central sobredimensionado y sin rumbo. Mientras se sumerge en la improvisación, la economía real y la vitalidad del país siguen creciendo desde la base de emprendedores, empresarios, trabajadores y ciudadanos que avanzan no gracias al gobierno, sino a pesar de él.

*Exdirectora del ICBF