La agencia es la capacidad de actuar y de no esperar. Es el punto donde la libertad se hace real. La línea que separa la esperanza pasiva de la construcción activa del destino.
Cuando Amartya Sen, escribió que “una persona es libre cuando puede actuar según sus valores y metas, y no solo cuando tiene derechos formales”, fuimos comprendiendo que la libertad no se logra solo en la ley. La verdadera libertad, la libertad práctica, empieza cuando cada persona decide ejercerla. Ese poder interior de actuar, de incidir y transformar la propia vida y el entorno, es la agencia.
No basta simplemente con querer que las cosas cambien; hay que saber cómo y atreverse a hacerlo. La agencia es el paso entre la intención y la acción. Es lo que da sentido, porque convierte la existencia en propósito y no en espera. Con la agencia, las oportunidades se crean y se buscan. Sin agencia, se esperan las oportunidades, pero rara vez llegan.
En la adultez, la agencia es sinónimo de responsabilidad. Es comprender que no somos víctimas, ni rehenes del pasado. Es la fuerza de quien decide dejar la comodidad y reinventarse o emprender, incluso con incertidumbre. Porque el riesgo de actuar nunca será tan alto como el costo de quedarse quieto.
Para los jóvenes, la agencia es urgente. Vivimos en un país que diseña programas de “empleo joven” que no se traducen en realidad de oportunidades. Políticas públicas bien intencionadas, pero fallan en la realidad. El Estado crea el programa, abre inscripciones, lanza convocatorias pero no se logra la transformación de fondo. Entonces la diferencia entre éxito y frustración no está en la política pública. Está en la actitud con que cada joven aborde su realidad.
La diferencia entre esperar y actuar es total. Esperar es quedarse mirando la puerta, convencido de que alguien la tocará. Actuar es abrirla, o si no existe, empezar a construirla. En El Doncello, Caquetá, y el nombre puede cambiar por cualquier otro municipio del país, hay jóvenes que terminan la media básica, y se quedan en busca de oportunidades, esperando que el gobierno los llame. Pasa el tiempo y la llamada nunca llega. Algunos se resignan, repiten que “aquí no hay oportunidades” y culpan al Estado por no cumplir. En cambio, otros, con la misma historia, empiezan a moverse; organizan una venta de productos locales, estudian por internet, se conectan con plataformas, crean un emprendimiento, abren un canal digital o se suman a iniciativas grupales. La diferencia entre ambos no es el contexto ni el talento. Es la agencia.
La agencia convierte a los ciudadanos en protagonistas. Es la libertad que actúa, la que no delega en el Estado el deber de “hacerme prosperar”. Es la voz que decide participar, el joven que lidera un proyecto, el adulto que emprende a los 50, el adolescente que propone un cambio en su entorno. Porque la libertad, no se mide por cuántos derechos tenemos escritos, sino por cuántas acciones concretas emprendemos para hacerlos realidad, como diría Sen.
Quien espera sin moverse vive en pausa. Quien actúa, al menos avanza, emprende, aprende, fracasa, se levanta, corrige y reintenta.
Sin embargo, en Colombia se han educado generaciones para depender del Estado. Esperar, quizás exigir, pero sin actuar en prepararse para encontrar las salidas. La agencia rompe esa cadena. Nos muestra que el poder no está afuera, sino adentro. Que la vida prospera cuando cada quien asume el papel protagónico de su historia de vida, no de espectador de promesas ajenas.
Los colombianos no necesitan más anuncios con la ilusión de las oportunidades en titulares de prensa o por decretos. Colombia requiere ciudadanos formados con capacidad de agencia. Personas que comprendan que el futuro no se espera, sino que se construye. Personas capaces de abrir la puerta desde adentro. Gran responsabilidad de los hogares y del sector educativo.
*Exdirectora del ICBF