No temo a un ejército de leones dirigido por una oveja; temo a un ejército de ovejas dirigido por un león.” Esta célebre frase, atribuida a Alejandro Magno, considerado uno de los más grandes comandantes de la historia, la evoco para expresar una honda preocupación por la cúpula de nuestra Fuerza Pública. Lo hago porque atravesamos quizás la etapa más difícil de la historia republicana: la inseguridad y la violencia se han tomado el territorio nacional, alentadas por la permisividad oficial frente al crimen; mientras tanto, las instituciones del Estado están amenazadas por la beligerancia destructiva de quien hoy ocupa la Presidencia de la República.
Es cierto que la Constitución confiere al Jefe de Estado la condición de comandante supremo de las Fuerzas Militares y de Policía, con facultad discrecional para ordenar ascensos y retiros. Pero esa potestad no es absoluta: está limitada por los principios de razonabilidad y proporcionalidad. Gustavo Petro, sin embargo, ha ignorado toda consideración sensata al despedir, sin mesura ni control, a decenas de generales que encarnan más de tres décadas de servicio, experiencia y responsabilidad en el mando y la inteligencia institucional.
Las excusas, por supuesto, no faltan. Además de invocar la discrecionalidad presidencial, el Gobierno se escuda en supuestos procesos de “reconfiguración” o “renovación”. Bajo esas fórmulas ambiguas, Petro ha apartado a más de setenta generales de las Fuerzas Militares y de la Policía durante su mandato.
Comenzó el 26 de agosto de 2022, apenas dos semanas después de su posesión, cuando ordenó un relevo total en la cúpula de la Fuerza Pública. Un cambio que podría parecer comprensible en los primeros niveles, pero el reemplazo masivo de altos mandos por oficiales de menor rango se convirtió en la barrida más grande de la historia: cuarenta y ocho generales salieron de sus cargos en esa primera decisión -veintiséis de las Fuerzas Militares y veintidós de la Policía-. Desde entonces, ha mantenido un goteo de retiros que ha terminado por desmantelar la estructura de mando.
El caso del general Luis Emilio Cardozo resultó especialmente desconcertante. Fue retirado en la primera purga de Petro y, tiempo después, reinstalado como comandante del Ejército. Algo inédito e insólito: nunca antes un oficial en retiro había sido llamado a dirigir la institución, y menos por el mismo gobierno que lo había separado. Solo Petro y Cardozo sabrán qué ocurrió, pero, en cualquier caso, allí se pisoteó la dignidad militar.
También fue un desatino el nombramiento del general Pedro Sánchez como ministro de Defensa, tras haber renunciado al uniforme para asumir el cargo. Tal vez Petro pretendía enviar un mensaje perverso sobre la supuesta incapacidad de las Fuerzas Militares para manejar el orden público, como si el problema no fuera él mismo. Y le ayudó que el ministro resultara opaco y sin carácter.
Ni qué decir de los directores de la Policía. El primero, Sanabria, dejó escasa huella: fue más cercano a un predicador religioso que a un auténtico jefe policial. Su sucesor, Salamanca, se transformó en un activista político, sumiso y extremadamente complaciente con su jefe.
Tres coroneles activos –cuyos nombres omito por prudencia- afirmaron recientemente en una reunión privada: “En este gobierno se ha pisoteado la dignidad militar y policial, y nuestros generales guardan silencio como si nada pasara”. Yo solo agrego: la subordinación tiene límites, y uno de ellos es la defensa de la Constitución.
*Expresidente del Congreso