El presidente Gustavo Petro y la senadora María José Pizarro, ambos del Pacto Histórico, reiteraron su apoyo al expresidente peruano Pedro Castillo. El problema es la selectividad de su indignación.
Castillo fue destituido en diciembre de 2022 tras intentar disolver el Congreso e instaurar un “gobierno de excepción”, violando abiertamente la Constitución de su país. Intentó un golpe de estado. Sin embargo, para los líderes del Pacto Histórico, Castillo no es un golpista, sino una «víctima del sistema».
La pregunta es inevitable: ¿Cómo puede un presidente que denuncia «golpes blandos» imaginarios para victimizarse, apoyar sin pudor a un mandatario que sí intentó quebrar el orden constitucional? La respuesta es simple: para ellos, los golpes de Estado solo son condenables si los comete un adversario ideológico.
Esta doble moral se hace aún más evidente en el silencio que guardan Petro y la directiva del Pacto Histórico frente a la propuesta del precandidato presidencial de su movimiento, Daniel Quintero, de «cerrar el Congreso». Lo mínimo que se esperaría de un movimiento que se dice democrático es un rechazo categórico a semejante amenaza constitucional. En cambio, hay un silencio absoluto.
Lo preocupante no es solo la contradicción, sino el talante antidemocrático que el Pacto Histórico exhibe cada día. Para ellos, la defensa de la democracia y los derechos humanos no son principios innegociables, sino excusas: los invocan cuando les son útiles y los olvidan cuando se trata de proteger a sus aliados.
La lista de estas lealtades es larga y alarmante. El gobierno colombiano ha reconocido tácitamente al narcoterrorista Nicolás Maduro, responsable de la represión, la miseria y el éxodo más grande en la historia de América Latina. Un dictador que persigue a la oposición, destruye la economía y ofrece santuario al ELN y las disidencias de las FARC. Más aún, la senadora Clara López —del mismo Pacto Histórico— tuvo el descaro de calificar el fraudulento sistema electoral venezolano como «el mejor del mundo». Cinismo en su máxima expresión.
Desde el inicio del gobierno, Petro mostró hacia dónde apuntaban sus alianzas. En la OEA, Colombia se abstuvo de votar una resolución que condenaba la persecución religiosa del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, un país donde sacerdotes han sido encarcelados y templos cerrados. Esa abstención fue la señal temprana de un sesgo que el tiempo confirmaría, cuando el régimen de Ortega otorgó asilo político a Carlos Ramón González del primer anillo de confianza del presidente, pese a estar vinculado a graves escándalos de corrupción en Colombia. Así se pagan los favores entre regímenes amigos. Incluso se especula en círculos periodísticos sobre un eventual asilo en España para Nicolás Petro, con la venia del presidente Pedro Sánchez. De confirmarse, España se sumaría a la lista de destinos donde la impunidad parece ser moneda de cambio entre gobiernos ideológicamente afines.
El doble discurso no se detiene en América Latina. El gobierno de Petro tampoco ha condenado con firmeza a Hamás, el grupo terrorista responsable de la masacre del 7 de octubre de 2023 en Israel, donde familias enteras, incluyendo niños y jóvenes, fueron cruelmente asesinadas y secuestradas. Más de 1.200 civiles murieron en el ataque.
¿La respuesta del presidente colombiano? Convocó una marcha «pro-Palestina» justo el 7 de octubre, una fecha que simboliza la masacre y el luto profundo para el pueblo judío. Esta decisión, sumada a su silencio ante los elogios que Hamás le ha hecho, es una muestra de alineación política. Y aunque la respuesta del gobierno de Benjamín Netanyahu ha sido desproporcionada, brutal y violatoria del Derecho Internacional Humanitario, eso no justifica que el Gobierno de Petro envíe un mensaje de legitimación hacia un grupo terrorista. La defensa de los derechos humanos no puede ser selectiva.
Por eso, cuando los miembros del Pacto Histórico, en especial el presidente Petro, hablan de democracia, su mensaje suena a burla. Han demostrado que solo respetan la democracia cuando ganan ellos. Apoyan dictadores, justifican golpes, guardan silencio ante el terrorismo y atacan a quienes piensan distinto.
Estamos advertidos. Hace cuatro años, Petro dijo exactamente lo que pensaba hacer. Hoy, otra vez, sabemos cómo gobiernan, a quién protegen y hasta dónde son capaces de llegar. ¿Lo permitiremos de nuevo?
*Analista