Diario del Cesar
Defiende la región

Trump, Maduro y el fantasma de la intervención

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Cuando Donald Trump eleva el tono contra Nicolás Maduro, lo hace sobre un terreno fértil: un país destruido por la corrupción, la represión y la incompetencia de un régimen que ha secuestrado las instituciones democráticas.

Venezuela, que alguna vez fue ejemplo de prosperidad en la región, hoy es un Estado fallido donde el hambre, la emigración masiva y la persecución política se convirtieron en la norma. Ante este panorama, no sorprende que Trump apueste por el discurso de mano dura. La verdadera incógnita es si se trata de simples amenazas o del preludio a una acción militar.

Una intervención similar a la de Irak en 2003, donde Estados Unidos eliminó al dictador Saddam Hussein, luce improbable. La comunidad internacional no está alineada, ni Venezuela representa un peligro estratégico que justifique un desembarco militar. Hay que tener en cuenta que Maduro ha sabido blindarse con apoyos de Rusia, China e Irán, lo que convierte a su régimen en una pieza dentro del tablero global. Una operación armada podría detonar una crisis de alcance mayor, con consecuencias impredecibles para la región. Sin embargo, no sabemos que alianzas ha creado Trump con Rusia y China al respecto de Venezuela.

Lo más realista es que Trump continúe apelando a las sanciones y al cerco diplomático. Pero no hay que perder de vista que el chavismo ha demostrado una brutal capacidad de resistencia: pese a la presión. Maduro sigue firme gracias a la represión de la disidencia, el control del aparato militar y el uso del hambre como mecanismo de dominación política. En Venezuela no existe democracia; hay una dictadura que manipula elecciones, encarcela opositores y gobierna a punta de miedo.

 

La gran pregunta es qué ocurriría sí, por fin, ese régimen se derrumba. Para Colombia, la caída de Maduro sería un alivio inmenso, aun cuando no lo sea para Gustavo Petro su gran aliado en la región. No solo porque reduciría el flujo migratorio (más de tres millones de venezolanos han cruzado la frontera buscando sobrevivir), sino porque abriría la posibilidad de restablecer relaciones comerciales serias y de seguridad en una frontera hoy dominada por el contrabando, las guerrillas y el narcotráfico.

El vacío que dejaría Maduro y sus secuaces, sin embargo, no se llenaría de la noche a la mañana. Un proceso de transición mal gestionado podría agravar la inestabilidad y perjudicar aún más al pueblo venezolano.

El final del chavismo también tendría impacto geopolítico. Cuba perdería a su principal aliado económico y político; Nicaragua quedaría aún más aislada; y el populismo autoritario en América Latina sufriría un golpe difícil de revertir. Para Estados Unidos sería un triunfo simbólico, pero con una enorme responsabilidad: apoyar la reconstrucción de un país empobrecido, donde no basta con tumbar al dictador; hay que reconstruir instituciones, restituir la confianza y garantizar elecciones libres.

En suma, lo que está en juego no es solo la retórica de Trump, sino la resistencia de un régimen que se aferra al poder con métodos antidemocráticos. Venezuela necesita un cambio urgente, pero ese cambio debe evitar repetir los errores del pasado: no puede venir únicamente desde afuera, sino desde una oposición que continúe fuerte y una ciudadanía capaz de recuperar su país. Mientras Maduro siga en Miraflores, Venezuela seguirá siendo una herida abierta en el corazón de América Latina.

*Analista