Diario del Cesar
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Salud mental: la otra pandemia que no cesa

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La salud mental se ha convertido, sin lugar a dudas, en uno de los grandes temas de nuestro tiempo. No es casualidad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras agencias internacionales coincidan en advertir que el bienestar emocional y psicológico de millones de personas en todo el planeta atraviesa una crisis profunda. Los trastornos de ansiedad, la depresión, el estrés crónico, los episodios psicóticos y los suicidios han pasado de ser temas de consulta especializada a convertirse en una preocupación central de la salud pública global.

El próximo viernes se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, fecha que invita a reflexionar sobre una realidad que trasciende fronteras, edades y estratos sociales. Las cifras, aunque estremecedoras, reflejan solo una parte del problema. Según estimaciones de organismos de Naciones Unidas, solo el 9 % de las personas que sufren depresión recibe apoyo o tratamiento adecuado, pese a que esta es la condición de salud mental más común en el mundo. Más alarmante aún es el hecho de que apenas el 40 % de quienes padecen psicosis está bajo control médico o tratamiento especializado, lo que deja al descubierto un déficit enorme en la cobertura y atención de quienes más lo necesitan.

Hoy se sabe que los trastornos mentales representan una de las principales causas de discapacidad y pérdida de productividad laboral en el planeta. A ello se suma el impacto en la convivencia social, en el rendimiento académico de niños y jóvenes, y en la estabilidad emocional de las familias. Es, literalmente, una epidemia invisible que erosiona silenciosamente el tejido humano y comunitario.

La reciente Asamblea General de las Naciones Unidas abordó con especial interés este tema. En sus debates, los países coincidieron en la necesidad de redefinir los nuevos marcos globales de salud pública en materia de salud mental, con el fin de orientar políticas de prevención, atención integral y reducción del estigma. Los lineamientos finales de esta agenda internacional se conocerán esta misma semana, pero ya se anticipa que incluirán compromisos concretos para fortalecer los sistemas de salud mental, especialmente en los países de ingresos medios y bajos, donde la brecha de atención sigue siendo enorme.

En el contexto nacional, Colombia no es ajena a esta problemática. Cada vez más se hace evidente que la salud mental debe ocupar un lugar prioritario en la agenda pública, no solo como un componente médico, sino como una condición fundamental del bienestar social.

El país atraviesa un momento crucial. Este año, dos avances marcan un punto de inflexión. El primero, sin duda, es el inicio de la nueva Encuesta Nacional de Salud Mental 2025, que comenzó a desarrollarse desde julio. Este instrumento permitirá conocer con mayor precisión cuáles son las patologías de mayor incidencia, cómo se están manifestando los desórdenes emocionales, cuál es el acceso real a tratamientos y terapias, y cómo afecta todo esto la vida cotidiana de las personas y comunidades.

La información que arroje esta encuesta será clave para ajustar las estrategias de prevención y atención, así como para diseñar una política pública más coherente y humana. En la última versión, realizada hace casi una década, ya se advertían síntomas preocupantes: el aumento sostenido de la depresión en jóvenes y mujeres, los altos niveles de estrés laboral y académico, y el crecimiento del suicidio en poblaciones rurales y urbanas. Si esas tendencias se mantuvieron o se agravaron, los resultados de 2025 lo dejarán en evidencia.

Desigualdad y estigma: los grandes obstáculos

Uno de los principales problemas en torno a la salud mental es la desigualdad en el acceso a los servicios de atención. En Colombia, gran parte de la población no cuenta con cobertura efectiva en salud mental dentro del sistema de aseguramiento. En las zonas rurales, los profesionales especializados son escasos; en las ciudades, las listas de espera para citas con psicólogos o psiquiatras pueden ser interminables.

La prevención sigue siendo la estrategia más poderosa. Invertir en programas de acompañamiento psicológico, líneas de atención de emergencia, grupos de apoyo y campañas de sensibilización no solo salva vidas, sino que reduce los costos futuros asociados a la atención médica y la pérdida de productividad.

En ese sentido, el Ministerio de Salud ha venido promoviendo estrategias intersectoriales con el objetivo de integrar la salud mental al modelo de atención primaria, de manera que cualquier ciudadano, sin importar su nivel económico, pueda acceder a orientación profesional. También se busca fortalecer la red hospitalaria y aumentar el número de profesionales especializados.

En Colombia, el reto está planteado: convertir el discurso en acción, el diagnóstico en política pública y la preocupación en programas concretos. De ello dependerá que en los próximos años podamos hablar no solo de cifras menos alarmantes, sino de una sociedad más consciente, solidaria y mentalmente saludable.