Diario del Cesar
Defiende la región

El debate que Importa

1

No nos digamos mentiras: el viejo debate entre izquierda y derecha es hoy un sainete de salón, una función de títeres para distraer incautos, mientras los verdaderos titiriteros manejan los hilos desde cómodas oficinas en Bruselas, Nueva York o Davos.

Porque el mundo, para quienes aún piensan, ya no se divide entre socialistas con barba y capitalistas con corbata, sino entre dos visiones radicalmente opuestas: la del globalismo rampante, que pretende desdibujar las patrias, borrar las fronteras, y homogeneizar al ser humano como consumidor obediente y ciudadano genérico del mundo; y la del nacionalismo legítimo, que defiende la soberanía, la tradición, el honor y la potestad sagrada de los pueblos para decidir su propio destino.

Los globalistas no son un mito, son de carne, hueso y chequera abultada. Se pavonean en los foros internacionales, dictan cátedra de democracia mientras financian dictaduras, hablan de paz mientras desatan guerras de diseño, y claman por el medio ambiente desde sus jets privados. Son los dueños de los bancos, de los medios, de los organismos supranacionales que nadie eligió pero que dictan leyes por encima de nuestros congresos.

Los nacionalistas, por el contrario, somos los que creemos que la patria no es un concepto trasnochado, sino el primer y último refugio del ciudadano libre. Que sin soberanía no hay democracia, sin identidad no hay futuro, y que la defensa de nuestras fronteras, geográficas, culturales, económicas, es un acto de dignidad y no de intolerancia, como pretenden hacernos creer.

Nos vendieron durante décadas el cuento del “progreso”, de la “aldea global”, de la “interdependencia”; pero detrás de esa palabrería melosa se esconde la verdad cruda: la disolución de los Estados-nación, la entrega de la economía a consorcios incontrolables, la imposición de agendas morales y culturales ajenas a nuestra historia y a nuestros valores.

¿Quién decide hoy sobre nuestras políticas ambientales? Un burócrata en Ginebra.

¿Quién regula nuestras monedas? Los bancos centrales son manipulados desde Londres o Nueva York.

¿Quién redacta las leyes de género, de lenguaje, de identidad? Comités oscuros en la ONU y ONG financiadas por magnates que jamás han pisado un barrio humilde.

Y todo ello, claro, en nombre de los “derechos humanos” y la “inclusión”, palabras que han vaciado de contenido y que hoy sirven como caballo de Troya para destruir la esencia de nuestras naciones.

Que no nos confundan los mercaderes del miedo, defender la nación no es cerrar puertas al mundo, es elegir con dignidad cómo y con quién se coopera. Es poder decir “no” a los tratados que nos arruinan, “no” a las migraciones descontroladas que destruyen el tejido social, “no” a las imposiciones morales que atentan contra nuestros principios.

Y es decir “sí” al orgullo patrio, “sí” a la familia, “sí” a la defensa del trabajo local, “sí” al control de nuestras decisiones.

La izquierda y la derecha, como bien decía mi padre, son dos alas del mismo pájaro.

El verdadero asunto es quién maneja el timón, y hacia dónde vuela esa ave.

Los globalistas quieren un mundo sin patria, sin Dios, sin historia, gobernado por tecnócratas y oligarcas invisibles.

Los nacionalistas queremos un mundo de naciones libres, de pueblos orgullosos, de soberanía respetada.

La pregunta es tan sencilla como urgente: ¿Queremos ser ciudadanos de un mundo sin rostro, o hijos dignos de una tierra que nos pertenece?

*Abogado