Diario del Cesar
Defiende la región

Una tercera voz para Colombia

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¿Cómo no alinearse con tantos compatriotas que sentimos dolor ante el regreso de épocas oscuras que creíamos superadas? Las imágenes desgarradoras del atentado contra Miguel Uribe Turbay, repetidas una y otra vez, golpean el corazón y la razón, y seguramente hieren la esperanza de muchos colombianos. Indigna ver cómo la injusticia impide ejercer, de forma libre y segura, la actividad política, mientras fuerzas violentas acorralan la institucionalidad y amenazan la libertad. ¿Cómo no querer gritar en la calle nuestra protesta, nuestra denuncia, nuestro rechazo a la crueldad y a la inequidad?

Pero en este momento, me siento más hijo de la razón que de la emoción.

Vivimos un momento decisivo en el país. Una vez más, se nos quiere empujar a elegir entre extremos: entre la narrativa de un gobierno que se presenta como único defensor del pueblo y la de una oposición que convierte el silencio en símbolo de resistencia, pero no siempre de coherencia. Ambas estrategias están construidas con cálculo político. Y entre cálculos, se pierde lo esencial.

Desde distintos sectores sociales, ciudadanos, académicos, creyentes, pensantes, trabajadores y jóvenes sentimos que no cabemos en ese falso dilema. No todo se reduce a estar con o contra. Hay un camino distinto: el de quienes buscan la verdad sin fanatismo, la justicia sin ideología, la transformación sin populismo ni cinismo.

Hay normas que ya existen y que no necesitan ser recicladas en consultas populares para parecer nuevas. Hay luchas que no deben ser instrumentalizadas en encuestas ni marchas. También hay silencios que no construyen y ruidos que no liberan.

Por eso, hoy más que nunca, levantamos la tercera voz. No la de un centro indeciso, sino la del compromiso firme con una Colombia que quiere avanzar sin odio, sin violencia, sin manipulación. Una voz que no se deja usar, pero sí quiere ser útil. Una voz que no grita, no despotrica, pero que tampoco calla ante la injusticia.

Estamos llamados a discernir. A no dejarnos seducir por gestos altisonantes ni llamados condicionados. A construir, no a reaccionar. A dialogar, no a agazaparse. A vigilar el poder, venga de donde venga, con mirada crítica y corazón limpio.

Hay una Colombia que no aparece en los titulares ni en las encuestas. Una Colombia que trabaja, que piensa, que cree. Esa Colombia también quiere hablar. Y lo hará. Con firmeza, con esperanza, con verdad y con una propuesta.

Pero la violencia no admite matices: es necesario rechazarla y repudiarla en todas sus formas. Puedo no estar plenamente de acuerdo con algunas decisiones, pero al pertenecer a una colectividad política, me comprometo a respetar sus directrices, incluso cuando no las comparto del todo.

Es así como el Partido Dignidad y Compromiso, en el cual ejerzo como su copresidente en el Magdalena, ha decidido participar en la denominada Marcha del Silencio. Y aunque cuestionó los fines e intereses de algunos de sus convocantes, ¿cómo no alzar la voz —aunque sea en silencio— contra la violencia? ¿Cómo no expresar solidaridad con las víctimas? ¿Cómo no insistir en la unidad, la paz y la justicia como pilares irrenunciables del país que queremos construir? Estaremos allí, desprovistos de distingos, de creencias, bajo una misma voz, no queremos ninguna forma de violencia.

Pero más allá del clamor justo desde una marcha, esta propuesta busca promover una democracia real, nacida de la soberanía de un pueblo que asume con responsabilidad el deber de elegir gobernantes virtuosos, y de exigirles resultados concretos, de soluciones, no excusas reiteradas. Basta ya de artimañas vestidas de lenguaje espurio. Nuestra protesta es contra la indiferencia, la deshonestidad, las malas prácticas, la trivialidad y la ramplonería. Es hora de transformar a Colombia desde el esfuerzo colectivo, con valentía y determinación. Es momento de expandir la tercera voz de Colombia.

*Abogado