La reciente reelección del presidente de la República del Ecuador, Daniel Noboa, constituye un mensaje claro de la ciudadanía frente a los desafíos actuales, en un contexto de tensiones sociales, amenazas a la democracia sustentadas en la seguridad y dificultades económicas. El pueblo ecuatoriano decidió reafirmar su respaldo a un liderazgo que, a su buen juicio, ofrece estabilidad y firmeza frente al crimen organizado, y otros tipos de delincuencia. Este hecho, más allá de su significado interno, proyecta señales que otros gobiernos de la región, incluido el de Colombia, no pueden pasar por alto, ni mirar de una manera desapercibida.
Cuando una nación opta por la continuidad en medio de la crisis, no solo está emitiendo un voto de confianza, sino también un mandato de acción. En este caso, la ciudadanía ecuatoriana ha premiado la gestión que, con aciertos y errores, ha enfrentado al crimen con determinación y fortaleza, esta significativa y audaz decisión se convierte en un punto de referencia inevitable para los países vecinos, donde los niveles de violencia y criminalidad son similares o incluso superiores con ribetes de violencia.
Colombia, con sus propios retos en materia de seguridad, lucha contra el narcotráfico y recurre a la presencia estatal en zonas históricamente olvidadas, pero se expone ahora a comparaciones que pueden ser incómodas. Si el enfoque colombiano es percibido como débil o ineficaz, la confianza ciudadana puede deteriorarse, afectando no solo la cohesión interna sino también la proyección del liderazgo zonal ante las comunidades, nacional e internacional.
Además, la reelección en Ecuador puede traer consigo decisiones soberanas que impacten directamente a nuestro país: un mayor control fronterizo, una presencia en la zona estéril marginal de las fronteras, el endurecimiento de las políticas migratorias y el cierre de pasos ilegales, que puede traducirse en nuevas tensiones bilaterales, especialmente si no se gestionan con visión diplomática, espíritu de cooperación y fraternidad entre países hermanos e vieja data.
Este panorama nos exige una reflexión profunda y una acción decidida. Colombia, debe fortalecer su gobernabilidad con tres pilares esenciales: una comunicación clara que reconecte gobierno con la ciudadanía, una acción efectiva que dé resultados visibles en seguridad, justicia, salud, educación y desarrollo y una cooperación internacional que privilegie la colaboración por encima de la competencia.
La región está enviando señales claras: los pueblos exigen orden, resultados y liderazgo. Si Colombia no responde a estas expectativas corre el riesgo de quedarse rezagada en el concierto regional. Hoy, más que nunca se impone una política de Estado que entienda la seguridad como un bien común y la gobernabilidad como un compromiso colectivo. No hay tiempo para discursos vacíos, la ciudadanía espera hechos, sueña con resultados y nuestra historia no perdonará la indiferencia.
*Exdirector de la Policía Nacional.