Yulis Jaramillo es especialista en Educación Inicial y aquí en Valledupar trabaja como manicurista en el centro de la ciudad.
Docentes, administradoras, abogadas y hasta médicos cirujanos miden sus fuerzas en tierras colombianas. Entre la decepción y las ganas de superarse muchos migrantes se dedican a ejercer cualquier labor con un solo norte: salir adelante con la esperanza de poder regresar a su tierra natal
POR:
NINOSKA
REYES URDANETA
Dejó su título de profesional en Venezuela, al igual que los sueños que aspiraba materializar una vez alcanzada la meta de ser administradora de empresas. Gabriela Herazo es una de las tantas mujeres preparadas académicamente que huyó del drama humanitario que sufre el vecino país y ahora se mide a una nueva faceta: depiladora y peluquera en el centro de Valledupar.
Herazo con apenas 28 años de edad, salió de su tierra natal hace cuatro años con dos metas a cuestas: reunir la plata para la operación de su madre y ayudar a su familia a superar el duro golpe que se vive con la escasez de alimentos y pésimos servicios públicos. Su titánica lucha la inició vendiendo arepas de pollo y de huevo, estás últimas hasta “cuadradas” las hacía, dijo entre risas.
“Yo no sabía cocinar y me tocó hacerlo aquí, además de adaptarme a las costumbres culinarias de los colombianos. Por ejemplo, las arepas de huevo jamás las había hecho, me quedaban en forma de estrella o cuadradas, pero igual mi hermana salía al centro a venderlas y hasta no salir de la última no regresaba a casa, pues el dinero era necesario para nuestra alimentación y los gastos de arriendo y servicios. Resolvíamos, pero seguía la gran preocupación, cómo reunir la plata para solventar el problema médico de mi mamá”, relata.
Así le tocó a Gabriela sobrellevar el nuevo ritmo de vida que de seguro Dios le puso en el camino para llenarla de fortalezas y construir un mejor futuro. “Miré hacia adelante y me dije que vender comida no era una estabilidad y me arriesgué probando una nueva habilidad: la belleza, cosa que hacía en mi país como pasatiempo y de la que ahora vivo en esta tierra vallenata”, asegura.
Y así hizo eco del famoso refrán “no gana quien no arriesga” y se acercó hasta el callejón de Pedro Rizo en el centro de la ciudad donde logró ingresar a un centro de belleza, y allí se sintió como estar en Venezuela, pues todas sus compañeras son migrantes que a diario muestran su talento y sobrellevan las tristezas con las ganas de salir adelante en un mundo muy distinto al que estaban acostumbradas en su país.
Narra Gabriela que jamás pensó que su vida daría este vuelco. “Me siento orgullosa que detrás de un título profesional tenga la fortaleza de trabajar con dignidad para ayudar a mis padres y hermanos, quienes a diario padecen la crisis de un país que en mis tiempos de niñez fue un paraíso”, precisó mientras una lágrima le bajaba por su mejilla.
Ahora Gabriela luce su uniforme negro con bordados en color rosa, y cada mañana acude a su trabajo como depiladora. Cambió aquellos cuadernos de contabilidad por la cera y hasta un secador para atender unas 20 mujeres al día, cuando la jornada está movida.
Es licenciada en Administración de Empresas y además tiene una especialización en Contaduría, título que alcanzó en una de las mejores universidades del estado Zulia, al occidente venezolano y de donde es oriunda. “Trabajé durante dos años en una importante empresa y hasta en una recaudadora dependiente del gobierno venezolano, pero por firmar contra el régimen me despidieron, y desde allí comenzó mi odisea que ahora me convierte en una migrante con pantalones y valentía para decir que vamos a salir de esta” dice.
“Por ahora me siento fuerte, ya mi madre fue operada del túnel carpiano, tengo a dos de mis hermanos aquí en Valledupar y juntos trabajamos duro paraenviar la remesa, que aunque la consume la inflación, es el salvavidas de quienes con esperanzas nos esperan al otro lado de la frontera”, exclamó Gabriela con la voz entrecortada.
DE IMPARTIR EDUCACIÓN A MANICURISTA
Sentada en su mesa de manicurista también nos encontramos a Yulis Jaramillo González, una joven especialista en Educación Inicial que pese a haber trabajado durante 9 años en un centro educativo arquidiocesano en su país, hoy las circunstancias la obligaron a cambiar su pasión de impartir valores por esmaltes y acrílicos para ganarse la vida.
Hace un año Yulis llegó a la capital del vallenato con la cabeza llena de ilusiones y convencida que había que empezar de cero. Salir al centro de la ciudad a comprar un ventilador como único mobiliario que tenía para dormir en casa de una tía, fue la puerta directa a un salón de belleza donde ahora atiende a susclientas para sobrevivir y ayudar a quienes la esperan en su nación.
Comentó que tomar la decisión de dejar a su familia atrás no fue fácil. El no poder comer decentemente y ni atender, por falta de servicio eléctrico, una pequeña peluquería que compartía con su madre en los tiempos libres, la obligaron a tomar su maleta cargada más de ilusiones que de cualquier otra ambición.
Yulis tiene 32 años, es soltera y su meta es trabajar en esta tierra para algún día regresar junto a sus seres queridos. “Aquí cuando el día es movido puedo hacer 40.000 pesos diarios, de resto me he ido a la casa decepcionada con 10.000, pero esto forma parte de esta lucha a la que no pienso flaquear”, comentó con los ojos llorosos.
Aunque esto es un sacrificio inimaginable para quienes no lo viven, lejos de lo sentimental ser manicurista en Colombia es como ser gerente de una empresa en Venezuela si lo tomamos desde el punto de vista financiero. “Por ejemplo allá el sueldo mínimo mensual es de 65000 bolívares soberanos que representan menos de 60000 pesos, es decir, yo aquí puedo ganar diez sueldos venezolanos como mínimo”, detalló.
Y es así como detrás de un título profesional está la explicación a nuestra vida en Colombia. No es fácil, atrás quedan muchas ilusiones, pero hay nuevos caminos por recorrer. “Me encantaría ejercer en este país, quizás así le haría eco al dicho que reza: nadie es profeta en su tierra”.
MÉDICO VENDIENDO TINTOS
Desde el estado Aragua también llegó a Valledupar Leannis Sánchez, médico cirujano graduada en la Universidad Rafael María Baralt a través de las misiones educativas del Gobierno venezolano.
Leannis tomó a su hijo de un año y huyó de aquella calamidad que no le dejaba vida. Un solo paquete de pañales desechables lograba comprar con 15 días de trabajo. Comer era para ella un lujo y comprar artículos de primera necesidad una ilusión.
Comenta que al llegar a Valledupar, donde también la acompaña su madre y su esposo, no le quedó otra alternativa que vender café. Sin poder aguantar el llanto por la decepción que siente, Leannis exclamó: “Hice muchos sacrificios para darle a mi madre la satisfacción de ser una profesional, con ilusión empecé a trabajar y con pasión atendía a cada uno de los pacientes; pero la crisis me obligó a soltar el estetoscopio y tomar el termo como el salvavidas para sacar adelante a mi familia”.
Sin embargo, no todo ha sido malo, dijo, por las tardes me dan el chance en una farmacia cerca de mi residencia, donde atiendo a los clientes que llegan pidiendo medicamentos con el nombre comercial venezolano y les presto asesoría. Estas dos labores me han permitido salir a flote y sobrellevar la decepción.
“Ahora mi niño usa pañales desechables todos los días. Trabajo fuerte para conseguir mi legalidad como migrante y optar a un puesto de trabajo digno en esta tierra que me ha dado el albergue y la posibilidad de que mi hijo esté bien”, finalizó.
CHICHAS VENEZOLANAS
Educadora integral con especialidad en gerencia y abogada de profesión encontramos a Mayerlin Piña Caripaz, una carismática venezolana que desde hace dos meses ha pasado por una diversidad de trabajos que hoy se reducen a la venta de chichas y fritos.
Comenta Mayerlin, de 34 años y madre de tres hijos, que desde que llegó a Valledupar sus días han sido eternos. Su jornada se inicia bien temprano en la mañana con la preparación de entre 40 y 60 fritos entre empanadas, papas y deditos de queso. Además de arroz de pollo, arepas rellenas, jugos y café.
A media mañana entrega la mercancía que ofrecen en tres puestos de fritos en la ciudad. Ya en horas de la tarde el menú cambia y su dedicación se centra en la preparación y venta de chichas venezolanas, obleas, ponqués y tortas que hasta a domicilio y por las páginas de internet ofrece.
“No es que esté cómoda con lo que hago, paso muchas horas trabajando. En mi país solo trabajaba mediodía como docente en un colegio al que le dediqué 16 años de mi vida. A la par logré estudiar una especialidad en Gerencia Educativa y graduarme como Abogado Mercantil”, relata.
Resaltó Mayerlin que de nada ha servido aquí esta preparación. En principio vendió tinto como muchas venezolanas y trabajó en un restaurante al que acudió solo un día, pues trabajó más de doce horas y sólo le pagaron 20.000 pesos. En esa oportunidad el cansancio y la decepción consumían su existencia y logró conseguir por el mismo pago hacer el aseo en una casa de familia por tres horas todos los domingos.
“De allí mi vida es un agite total, pero mi norte es mi familia. Me gustaría regresar a mi país sobretodo que allá siguen mi esposo y mis padres. Mi casa y patrimonio quedaron como cualquier cuadro pintando en lienzo, estáticos esperando por mi regreso”, exclamó con tristeza.
SON MUCHOS EN VALLEDUPAR
Recientemente el director de Migración Colombia, Chistian Krüger Sarmiento, informó que el 72% de la población total de venezolanos radicados en el departamento del Cesar, permanecen en Valledupar. La ciudad sigue siendo una de las preferidas por los migrantes.
El director de Migración destacó que las cifras en materia migratoria siguen creciendo y es claro que mientras el Gobierno de Venezuela siga vulnerando los derechos humanos de millones de personas se seguirá recibiendo migración en todo el territorio nacional.
Anunció que próximamente se implementarán nuevas medidas en materia laboral y el beneficio llegará directamente a los migrantes que de manera legal ingresaron al país. Desde el próximo 4 de junio la plataforma de Migración Colombia estará disponible para la renovación, por dos años más, de los Permisos Especiales de Permanencia próximos a vencerse. Se tiene un registro de 68.000 venezolanos beneficiados.