Diario del Cesar
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Rafael Escalona, 10 años de inmortalidad

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Este 13 de mayo llovió en la Nevada, donde el relámpago se vio  como vela que se apaga, trayendo unas gotas al Valle para refrescar tenuemente el recuerdo de un alma que partió hace 10 años al infinito de los grandes.

Fue una noche memorable para Valledupar, en cuya plaza Alfonso López, se devoraron las crónicas cantadas que un grupo de selectos músicos  sacaron de lo profundo del alma provinciana, para decirle a Rafael Escalona que una década de ausencia no es motivo para olvidar a quien luchó toda la vida para desenmarañar el túnel por el que entraría la luz de esperanza de un folclor confinado a los sótanos de la discriminación.

La expresión de los asistentes a la plaza Alfonso López, dibujaba los colores de la satisfacción como el de los los arcoíris que nacen enla Nevada frente a Valledupar, y que después de un aguacero se escondían cerquita a Patillal. Si bien era una conmemoración, la celebración se mimetizó al escuchar la narrativa de unas canciones que, siguen siendo la frontera entre lo rupestre y la civilización desmedida que despedaza la literatura criolla con la complicidad de una tecnología que ha hecho cambiar hasta la manera de componer, lo que quiere arrebatar la coraza de una provincia que se niega a desvestir sus melodías.

La plaza Alfonso López con su nuevo vestido le dio la bienvenida al espíritu de Escalona, ese personaje que solía atravesarla con sus pantalones caquis rumbo a cualquier casa del entorno donde lo querían, pero que solía amañarse en la que encontrara a Colacho, generalmente donde Roberto Pavajeau, para comenzar el periplo parrandero que bien podría terminar en La Paz, El Plan o Manaure, a cuya procesión se le iban sumando los cómplices del canto y la parranda.

Escuchar la voz de Poncho Zuleta en este esplendido homenaje que tributaron sus hijos al padre  inmortal, era como retratar a la vieja Sara Baquero, a Simón o Toño Salas o escuchar los cuentos de Andrés Becerra. La entonación de Jorgito Celedón representó esa tierra Villanuevera, la que tanto acolitó las andanzas de ese gran poeta, que se demoró para bautizarle el hijo a Reyes Torres por atender una mala cosecha en su finca Chapinero, al que calmó con versos: “No se preocupe compadre que yo le bautizó el pelao, es que Escalona no sale, de un algodón que ha sembrao”.

Así trascurrió la noche, no importó que era lunes, los vallenatos de alma rancia, degustaron ese banquete de canciones que están sembradas en la vallenatía y que se reencarnaron en los dedos de Wilber Mendoza, como si su padre, ‘Colacho’, le llevara la mano, como cuando le enseñaba los primeros trazos de caligrafía.Ni que hablar del acordeón del Cocha Molina, su turno se lo hacía al gran Arturo Molina, su padre, quien también disfrutó de las andanzas de su paisano, el hijo de Clemente Escalona, el coronel de la guerra de los Mil Días.

Ivo Díaz estuvo en representación de los ojos de Leandro, aquel que se quejaba porque no tenía la suerte de Escalona en materia amorosa, cuando reiteraba que Rafael le había hecho un paseo a Marina, en cambio a él no lo consolaba nadie, la garganta de Ivo dijo simbólicamente aquí está el ciego de tantos trasegares.  Jorge Oñate por su parte retumbó las obras que bien le interpretó, en representación de La Paz, ese pueblo al que llegaba, así le tocara cruzar el Cesar nadando si la creciente se llevaba el puente Salguero, porque la cita con la Maye no la atajaba un río crecido.

Fue una noche nostálgica y alegre, el dolor del no cuerpo presente, y la emoción de unas canciones que despertaron el ímpetu de una historia cargada de versos y melodías. Lo sublime de una instrumentación clásica de la sinfónica y un violín extraordinario de Alfredito de la Fe, fue la demostración de que la música de Escalona permeó todos los gustos.

También estuvieron sus amigos Rafael Manjarrez, el hijo de La Jagua, rincón no vedado para Rafael Escalona que seguramente con Juan Manuel Muegues disfrutó la fiesta que Agustinita no quiso pagar. Ahí estuvo el notario, tributándole honores al maestro, junto a Jean Carlos Centeno, quien le puso tesitura a sus canciones. En este mismo desfile de la noche, estuvieron los representantes de la era moderna como Morre Romero, Eliana Gnecco, Peter Manjarrés, Rafa Pérez, herederos de un bastión que ayudó a escribir este jerarca del vallenato, al que Gabriel García Márquez se le quitaba el sombrero y le prestó parte del contenido del libro llamado: Cien Años de Soledad.