La fama de andariegos de los bajeros, como se les conocía a los habitantes de la sabana y el viejo Bolívar, trajo a esta región avezados macheteros que calabazo al cinto se recorrieron las grandes extensiones algodoneras y ganaderas de la región.
Solían armar cuadrillas fácilmente identificables por su color moreno, aparte de su característico dialecto, además del sombrero vueltiao, abarcas tres puntá y sus irremediables visitas a los prostíbulos en donde echaban sus canas al aire.
En ese trasegar de caminantes, llegaron a Valledupar unos maestros de la rula y de otros trabajos materiales, a los que se le medían sin ‘arrugarle la cara’, no le temían a la templanza de un sol tórrido al que los nativos eran un poco esquivos.
Dentro de estos, se destacaron tres nombres que terminaron enrolados en la música folclórica sin que se lo propusieran, al ser procreadores de protagonistas del folclor que rubricaron sus apellidos en esta región. Ellos fueron: Roberto Geles, padre de Omar ‘El Diablito’; Simón Herrera, papá de ‘El Pollito’ Juan David, y Lisandro Ortiz, el más grande coleccionista de música de Calixto Ochoa.
COLECCIONISTA
Lisandro Ortiz es el mejor fanático y coleccionista del rey vallenato Calixto Ochoa y recuerda cómo llegó a Valledupar: “Lo que soy se lo debo a Dios por todo lo misericordioso que fue conmigo. Yo llegué por acá en los años cincuenta y pico, era el mandato de Rojas Pinilla, me vine pasando penurias en un viaje que duraba muchos días pasando por ríos, caños, carreteras y trochas, a la región de Codazzi vine a parar a una finca llamada ‘El Calvario’ en donde mi fuerza de muchacho me reflejaba la fuerza de un potro”.
Estuvo en la recolección de algodón y ordeñando, se ganó el cariño de los dueños de la finca quienes le permitieron que se trajera a su mamá, quien se hizo cargo de la alimentación de más de cincuenta obreros, detrás se vinieron sus hermanos y muchos paisanos.
Descubrió su afición por la música de Calixto Ochoa desde muy joven, bailaba, bebía y se aprendía su música. Después en las faenas de trabajo junto a otros compañeros armaban conjuntos con potes y entonaban los temas recién salidos.
En ese trance fue contratado para que hiciera unos trabajos en la factoría Cicolac, una empresa pasteurizadora de leche que a finales de los años 60 se había instalado en Valledupar.
Ya con este sueldo bien remunerado lo primero que compró fue un pick-up y de ahí en adelante comenzó una afición de coleccionista de los discos de Calixto Ochoa. Su pasión crecía a medida que se expandía el estilo de su ídolo, disco que salía, disco que compraba y sonaba a todo volumen en su equipo de sonido.
Al final, y después de presentársele, nació una amistad entre los dos, tanto así que el rey vallenato terminó siendo el huésped de Lisandro, cada vez que visitaba a Valledupar, y Lisandro Ortiz, el más grande coleccionista de su música, discoteca que es consultada a diario por muchos melómanos de Colombia.