Rudo y resuelto en público, el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo ha tenido éxito en una tarea de máxima delicadeza: complacer al presidente Donald Trump, incluso al verse obligado a apaciguar a los aliados de Estados Unidos, a menudo perturbados.
Pompeo asumió el cargo el 26 de abril del año pasado, viajando de inmediato a Europa y Medio Oriente mientras prometía devolver al Departamento de Estado su “orgullo” después del paso de su desafortunado predecesor, Rex Tillerson.
Un año completo en el cargo no es un hito menor en la administración de Trump, que ha tenido disputas con gran parte de su equipo original. Tanto así que el mandatario ha ridiculizado a Tillerson, llamándolo “tonto como una roca” en Twitter.
Pompeo, quien primero fue director de la CIA, ha sido la inusual autoridad de Trump en mantenerse consistentemente en buenos términos, defendiendo lealmente cada decisión de su caprichoso jefe tanto frente a las cámaras como ante sus alarmados aliados, e incluso después de defender otros enfoques en privado.
Aunque ocasionalmente se muestra cortante con los periodistas, tildando más de una vez las preguntas no deseadas de “ridículas”, el exsoldado y abogado de 55 años posee una autoconfianza intelectual que lo ha mantenido al frente y que lo ha ayudado a construir su propio capital político en momentos en que la administración de Trump está girando su política exterior bruscamente hacia la derecha.
Como cristiano evangélico, Pompeo ha resaltado con frecuencia su fe, iniciando un importante discurso sobre Medio Oriente en El Cairo explicando cómo mantiene la Biblia abierta en su escritorio “para acordarme de Dios y de su Palabra y La Verdad”.
Cada secretario de Estado estadounidense ha identificado sus prioridades, pero el foco de Pompeo ha sido especialmente claro, por lo que algunos diplomáticos lo han denominado el “secretario de Irán y Corea del Norte”.
Pompeo viajó cuatro veces a Pyongyang el año pasado, convirtiendo las agudas tensiones en una apertura diplomática que pudo ver dos cumbres históricas entre Trump y el joven líder del estado autoritario, Kim Jong Un.
No pasa lo mismo con Irán. Días después de que Pompeo asumiera el cargo, Trump se retiró de un acuerdo internacional negociado por su antecesor, Barack Obama, por el que Irán redujo sustancialmente su programa nuclear a cambio de promesas de alivio de sanciones.
Pompeo presentó 12 demandas que Irán seguramente rechazaría y ha incrementado la presión de manera constante, exigiendo recientemente que todos los países dejen de comprar petróleo iraní a riesgo de recibir sanciones.
Ninguna de las dos políticas ha garantizado el éxito. La semana pasada, Corea del Norte calificó a Pompeo de “imprudente” y exigió que lo excluyeran de futuras conversaciones, luego de que aparentemente alentara a Trump a mantenerse firme antes de un acuerdo general.