Diario del Cesar
Defiende la región

Imposición o consenso

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Cuando el presidente Petro ganó las elecciones, el suyo fue un discurso relativamente conciliador. Señaló entonces y en reuniones posteriores con sus acérrimos contradictores, que iba a impulsar un Gran Acuerdo Nacional, evocando incluso a Álvaro Gómez, quien instauró en la conciencia nacional la importancia de un entendimiento sobre lo fundamental. Señaló una y otra vez que la búsqueda del consenso sería un principio de su gobierno.

El país recibió de manera positiva el anuncio del mandatario; se apreció como un deseo de gobernar para todos y con todos los colombianos, reconociendo quizá, que los 11,2 millones de votos obtenidos, equivalentes al 50,4% del total, le daban un mandato claro para gobernar, mas no para imponer a rajatabla sus designios; más cuando esa votación, por alta que fuera, solo representaba al 29% de los ciudadanos habilitados para votar.

Pronto se conoció que el Gran Acuerdo Nacional no era nacional sino político, que no se trataba de escuchar y construir con distintos sectores de la sociedad, incluidos aquellos con visiones distintas de país, sino, de la conformación de unas mayorías en el Congreso, independiente de las afinidades ideológicas. Fue así como de manera exitosa se diluyó el contrapeso del Legislativo y surgió una de las más poderosas coaliciones de gobierno.

La prueba de fuego fue la reforma tributaria que contó con una aplastante mayoría en el Congreso, receta que como es de lógica esperar, se aspira a repetir con las reformas política, laboral, pensional, y de la salud. En las últimas tres, se confía en lograr el menor debate posible y que los partidos de la coalición que no son de izquierda -o no lo eran- se hinquen obedientes de rodillas, independiente de si las reformas son convenientes.

En ese afán de introducir una visión excluyente de país, el diálogo y el consenso, no solo político sino social, han pasado a segundo plano, salvo se trate de interlocutores afines. Contadas excepciones, el Gobierno de puertas abiertas discrimina. Eso no es nuevo, hizo carrera clasificar como enemigo a quien no es incondicional al presidente de turno. Pero en un Gobierno que enarbola el diálogo como su estandarte, no deja de ser paradójico.

Es el cambio prometido y eso basta, pareciera ser la consigna. Consigna que desconoce al otro como ciudadano, desestima el argumento del contrario, manipula cifras de ser necesario, amenaza alcaldes por no acceder a caprichos, y con volcar la gente a la calle. Todo vale con tal de aferrarse a una idea, aunque absurda. Es el consenso entre afines, el diálogo con quienes rinden pleitesía, y acuerdos con quienes hay intereses comunes.

Ocurre en todos los frentes. En la salud, para dar un ejemplo, es bochornoso: con tal de justificar una reforma a todas luces nociva, se acude a la mentira sin sonrojarse, y se confunde adrede la pertinencia de introducir ajustes a un sistema con la necesidad de destruirlo, pese a aventurar al país en un modelo de salud que donde lo hay hace agua. De nada vale la opinión de los ciudadanos; es una promesa de campaña y, eso basta…

El Presidente ha tenido la oportunidad de liderar un Gran Acuerdo Nacional y no lo ha hecho. Uno de verdad, no amparado en lealtades de áulicos. Su Gobierno podría pasar a la historia como uno de consensos, realmente incluyente. Pero no, pareciera haber optado por la imposición, una medición constante de fuerzas. Aunque solo lleva seis meses, dicen algunos, y cuenta con altos funcionarios abiertos al diálogo. Y sí, está a tiempo de corregir el rumbo. Cosa distinta es que lo haga, y que lo quiera hacer.

*Exministro de Estado