Diario del Cesar
Defiende la región

Recordando al viejo Valledupar

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A mediados de los 60s, del ¡siglo pasado!, recién fundado el departamento del Cesar, un tío materno enamoró a mi hermano mayor, recién graduado de bachiller, para que se viniera a probar suerte en la noble ciudad de Valledupar, flamante capital del recién nacido ente territorial. Todavía adolescente, escuchaba hablar emocionado a mi tío de esta ciudad, que pintaba para ser tenida en cuenta a corto plazo, para grandes cosas, decía. Hablaba de música de acordeón, de algodonales en las goteras de su entorno urbano, de interminables filas de camiones que se bamboleban por las carreteras atiborrados de sacos de “oro blanco”, de las canciones de Rafael Escalona, casi un mito para los pueblos del Magdalena, etc.

     Y no fue estéril su discurso, pues, con la aquiescencia de mi padre, mi hermano empacó maletas y se vino con mi mencionado familiar, que había llegado al Banco, a visitar a mi madre. Y mi tío, sin ser adivino, pero si visionario, acertó, porque a los pocos día de aquella aventura, mi hermano Alcides, que así se llama, ya había sido nombrado para ejercer como docente en una escuela del municipio. Detrás de él seguirían la misma ruta otros miembros de la familia, e infinidad de ciudadanos de la costa y, en general, del país, que llegaron en “búsqueda del dorado” a este promisorio lugar que cumple un poco más de cuatro siglos y medio de existencia.

     Frisaba los 14 años cuando mi hermano me importó desde nuestro pueblo natal para que ingresara a las aulas de la entonces Escuela Industrial a hacer quinto de primaria, en donde entré en 1969 y, al final, allí me gradué en 1975 como miembro de la Primera promoción de bachilleres técnicos del ya nuevo Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo.

     Y así fue como llegué a esta ciudad.  Era el año 69, cuando la conocí con sus suelos empedrados, sus calles polvorientas; con motas de algodón por doquiera, que jugueteaban con las brisas de cada principio de año; con las avionetas volando bajito tras descargar litros de diversos venenos, que se esparramaban también en los barrios de invasión aledaños a lo que hoy es la pista del aeropuerto, en el proceso de fumigación de los cultivos de algodón…Y, sí, conocí al maestro Escalona, durmiendo en una hamaca debajo de un cotoprí en el barrio Doce de octubre, donde una de sus tantas mujeres; oí, y vi tocar el acordeón, a “Colacho” Mendoza en su casa del barrio Obrero, detrás de la Escuela Industrial, contemplé las filas de kilómetros de carros esperando a ser descargados en la Federación de Algodoneros, y pare de contar.

 Muy cierta y oportuna fue, entonces, aquella consigna que se acuñó para calificar el progreso, la expansión urbana, el desarrollo económico, las condiciones sociales y el crecimiento demográfico de este pedazo de Colombia: Valledupar, sorpresa Caribe.  Porque esa recordada legión de alcaldes y gobernadores que pilotearon este barco territorial; por querencia, por orgullo, por el compromiso de demostrarle a la dirigencia del Magdalena sus capacidades, nos ayudó a construir esta comunidad que llega a sus 469 años. Y espera que su arrollador despegue sin resaltos, que la llevó de pueblo a ciudad en menos de cincuenta años, sea el norte de estas generaciones que se han echado a sus espaldas el compromiso de no dejarla perecer o anquilosar, siguiendo el sendero trazado por quienes les antecedieron.

Por PEDRO PERALES TÉLLEZ