Del libro Crónicas y Ensayos
!CRÓNICAS DECEMBRINAS!
Por:
ALFONSO
NOGUERA
AARÓN
Segunda Parte. Exclusivo para HOY DIARIO DEL MAGDALENA.
Luego de varios días de apremiantes circunstancias familiares, vienen los preparativos de la Navidad. Antes, la madre de uno lo mandaba a buscar una rama o un arbusto adecuado para hacer el arbolito que ella misma pelaba y pintaba de blanco y lo moteaba de algodones y le colgaba mil guirnaldas y potes y tarjeticas, y que luego sembraba sobre una lata llena de arena y lo ubicaba en un rincón de la sala.
La armada del pesebre era y sigue siendo toda una ceremonia que se resolvía con algo de creatividad doméstica y mucho de improvisación manual. Se empezaba con lo que quedaba sano de los años anteriores y se pegaban con cualquier goma las figuras descabezadas o se remendaban las dañadas. Después, en medio de la recia ventolera por la “brisa loca” y los polvorines que desbaratan sin clemencia los humildes pesebres, empieza entonces la Novena de Aguinaldo Navideño, desde el día 16 hasta el propio 24 de diciembre, acompasada de cánticos, coros y villancicos.
En realidad, nos debería llamar a una reflexión profunda y permanente eso de que el Dios mismo y Creador del Universo haya nacido por acá por el tercer y minúsculo planeta más cercano a un sol, que es apenas uno entre los más de cien mil millones de soles que tiene esta galaxia que llamamos Vía Láctea, una de los miles de millones que parece tener el cosmos físico conocido. Durante la novena que sugiere dulzura, amor, desapegos, recogimiento, desprendimiento y demás virtudes cristianas, prosiguen las parrandas entre amigos y familiares, y entonces, surgen aquellas palabras que solo escuchamos por esos días del año, empezando por esa de aguinaldo, zagalillo, putativo, preclaro, etc.
La Novena, con todo lo hermosa que es y significa, a veces solo es rezada por las abuelas y los verdaderos creyentes. Ni los borrachos ni los groseros arriman por el pesebre y mucho menos hacen la novena. Pero al fin, después de las locas prisas callejeras y de los lamentables accidentes de motos y de carros y de un incomprensible descontrol citadino y emocional, llega el esperado 24 de diciembre entre las barahúndas callejeras y un remolino de eventos familiares y una ostensible marea de gastos; unos innecesarios, como tener que estrenar ropa y zapatos ese día; otros inoportunos, como eso de pintar la casa justo para esos días, o a nivel de la ciudad, precisamente es cuando a los acéfalos y perversos alcaldes de siempre les da por reventar y cerrar las calles; y los demás, por mera tradición decembrina, como tener que hartarse a media noche de fuertes comilonas que pudiesen acarrear dispepsias, diarreas, pancreatitis o una colecistitis, por decir lo menos, o de tener que trasnochar y amanecer bebiendo sin compasión del cuerpo ni del alma ni de los familiares y vecinos que deben aguantarse sus malas costumbres y las bullas de sus parlantes altisonantes.
Las mujeres más pizpiretas se emperifollan más temprano y los hombres empiezan las bebetas desde el mediodía. En el aire flota un olor a pólvora, que si no fuera por lo peligrosa, dijera que huele a rico, por los recuerdos tiernos que desata; de los patios vecinos llega un aroma a pastel o a hayacas, o lo que contengan los envueltos de arroz, achiote, vinagre, sal y ajo, en hojas de bijao sancochado; se escuchan los traqui traquis, los tiritos, las bengalas, y ya llegando la media noche, se escuchan los tiros de pistola, revólver y hasta de rifles y escopetas, cuyos locos tiradores desconocen las leyes mínimas de la física, del tiro parabólico o aquello de que el que “escupe pa’ arriba le cae la saliva”, y no pocas tragedias ocurren cada año por cuenta del “plomo perdido”.
Antes, al menos, los juguetes eran una gran sorpresa para los niños, cuando se despertaban y encontraban sus hermosos regalos puestos por el Niño Dios, que en últimas, inducía una fe cristiana infantil llena de fe y de esperanzas y favorecía la imaginación y la capacidad de sorpresas de los niños.
Hoy en día, desde la noche del 24 de diciembre, y aún desde antes, le entregan al niño sus regalos y las matracas de sus juguetes opacan y entorpecen la fiesta de los adultos. Antes, y todavía hoy en día, se iba la luz justo en pleno 24 por la noche, produciendo indignación y frustración en los habitantes; pero esa inconformidad no pasaba, ni pasa, de unos cuantos madrazos contra el gerente de turno, o contra el alcalde o contra el que sea.
Como médico que soy, me ha tocado estar en todos los estratos sociales, desde francachelas con jamón inglés o con caviar del mar Caspio, pasando por pavos rellenos y perniles con salsas de mil cosas, hasta un simple arroz de pollo con sus pellejos o un sancocho de carne salada, o, incluso, en ciertos casos, un arroz blanco y un pedazo de salchichón con patacón de guineo.
“Son las obvias asimetrías de la vida”, dicen los sabios y entendidos. También conozco el drama de los más pobres, de los presos, los ancianos, los enfermos y de todos esos hermanos que me roban el sueño; pues la pobreza ofende tanto al amor como a la inteligencia, y no puede ser parte del paisaje humano, sino como consecuencia de la injusticia social y de la ineptitud y la corrupción reinante en cada país. Creo que el nacimiento de Dios sobre la tierra en la persona de Jesús de Nazaret, y con su Espíritu Santo naciendo en cada uno de nosotros en cada instante, es la máxima reflexión sobre ese hermoso día. Debemos recordarlo: ¡Siempre estamos solos ante Dios!.