Diario del Cesar
Defiende la región

Pulso por la nueva imagen de la Plaza ´Alfonso López´

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Las plazas son consideradas el corazón de las poblaciones, la eyección de progreso parte de ahí, de ese ritmo equilibrado que sus entornos reflejen, los que terminan irrigando esas corrientes continuas de cambios y adelantos que emulan el funcionamiento del órgano humano que le da impulso a la vida.

Pisar la plaza Alfonso López de Valledupar es como penetrar a una gruta de la historia a cuya luz al final del túnel se puede llegar ahora atraído por el sonido de los acordeones que un día fueron menospreciados, pero que como los mismos conquistadores que forjaron su arquitectura colonial, se metieron batallando, lanzando notas, hasta convertirla en la meca de un Festival que la inmortalizó.

La estructura que la rodea es el claro vestigio de la cultura española que en tiempos coloniales se sembró en estas tierras productivas y en donde se establecieron gobiernos que rendían sus tributos a la madre patria, hasta que también, desde aquí, se gestaron los movimientos libertarios ayudados por nativos relevantes como María Concepción Loperena, quien precisamente fue vecina de esta plaza.

Ese entorno que en sus alrededores evoca el asentamiento español que un día bebió aguas del Guatapurí, es testigo mudo de los muchos personajes de la historia que por este espacio pasaron y vivieron y que endosaron no solo costumbres, sino bienes a otras generaciones, de las cuales aún hay vástagos que respiran el aire de este suelo que ha sufrido como tal, las transformaciones que las modas y las generaciones traen, a pesar de la coraza que han esgrimido en aras de conservar ese estampa ibérica.

Los registros hablan de moradores insignes como Manuel de Torres, quien fue el primer embajador en Estados Unidos de la Gran Colombia, la historia lo reconoce como uno de los gestores de la Independencia de la Gran Colombia, los amantes de la tradición aseguran que, algunas prestantes familias que aún habitan en la plaza son sus descendientes.

En esa misma cronología del pasado, se registra el hábitat placentero que permitió que en sus alrededores viviera esa heroína llamada María Concepción Loperena de Fernández de Castro, quien en su apoyo a la independencia, prestó centenares de caballos al Libertador Simón Bolívar. La plaza Alfonso López, que hoy estrena vestido, luego de que, el actual alcalde Augusto Ramírez Uhía desafiara a los ortodoxos, tiene enormes cargas de un pasado muy histórico.

 

UN CARGAMENTO HISTÓRICO

 

Basta haber compartido momentos apasionantes de la tradición oral de los viejos vallenatos, o haber leído la pluma de vecinos del lugar,  quienes fueron figuras relevantes de la política, las leyes y letras del viejo Valle como ‘Pepe’ Castro, parido en ese emblemático lugar  o Aníbal Martínez Zuleta del vecino barrio Cañaguate , para arañar parte de ese pasado, y conocer por ejemplo que, la hoy casa de la familia Molina Araújo, la llamada casona, perteneció a Mercedes Céspedes y su esposo el Doctor Hernando Molina,  quien era el Juez del Juzgado Promiscuo, el único de Valledupar y a quien  hizo célebre Rafael Escalona en la canción La Patillalera, cuando Juana Arias  fue a denunciar el rapto de su nieta por parte de un manejador de camión, fue también  el lugar en donde se firmó un 4 de febrero de 1813 la declaratoria de la Independencia de Valledupar, además de la creación del Departamento del Cesar en una historia más reciente.

Con esos rastros  de la historia un poco lejana, se sintetiza que allí en esa plaza se asentaron  grandes familias que contribuyeron al progreso de la región. Existen hoy, muchos  descendientes directos de tales  personajes que irrigaron apellidos como: Castro, Ustáriz, Baute, Maestre, Mejía Quintero, Fernández de Castro, Pavajeau, Palmera, Céspedes, Quiroz y muchos más que, compartieron el entorno en medio de una amistad envidiable en aquel viejo Valledupar.

Era la época de los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, y sin embargo, se toleraban y hasta se cruzan familiarmente,  las rencillas si llegaban, se limaban al calor de la música clásica primero, y después con algunos tríos de guitarra que interpretaban valses y boleros de moda, porque el vallenato poco entraba por su origen campesino.

 

COLACHO, EL PIONERO

 

Se necesitó de ‘El Yio’ Pavajeau, miembro de otra de las familias tradicionales de la plaza, quien adoptó a Colacho Mendoza, que empezó a regar acordeón en toda esa clase social, la que al final terminó parrandeando con estos aires que más tarde pulieron y mostraron al mundo Rafael Escalona, Consuelo Araújo y Alfonso López, que tuvo la dicha de ser el primer gobernador del Cesar y vivir también, en esta plaza que hoy es noticia en el Colombia porque tiene piso de mármol, en donde ayer pastaban las vacas y los burros de los vecinos.

Hoy cuando este hábitat citadino cambia su perfil con una inyección arquitectónica matriculada en la modernidad, no se puede sepultar una tradición oral que habla de los milagros de Santo Eccehomo, del tallador que se encerró y solo pidió comida y que cuando abrieron, se encontraron la imagen esculpida  del Eccehomo, y que por siempre ha sido el máximo cirujano del cuerpo y el alma para los vallenatos que lo acogieron como su patrono ancestral.

Esta plaza que lleva el nombre de Alfonso López Pumarejo, quien fue presidente,  hijo de una vallenata, doña Rosario Pumarejo de López, ha sido testigo de aconteceres políticos, religiosos y folclóricos en diversas etapas del discurrir social de su conglomerado.

En sus cuatro costados retumbó el eco de los mejores oradores nacionales y locales, quienes  ante la falta de tarima, la oratoria se pronunciaba desde los balcones de las casas de las familias tradicionales que tenían afinidad con la política, tales como Casimiro Maestre, desde donde habló Alfonso López Pumarejo en compañía de Carlos Lozano, considerado entonces como el mejor penalista del país. Otro portal desde donde se avivaba la política, fue el de Pedro Castro, por donde pasaron ilustres dominadores de la palabra, que le dejaron la herencia a Crispín Villazón, José Antonio Murgas, Milciades Cantillo, Juvenal Palmera, Aníbal Martínez, Manuel Germán Cuello entre otros.

Todos esos maestros confluían en ese pedacito de tierra hasta donde llegaba la frescura de la ribera del río Guatapurí, esa misma que hoy está tomada  por una serie de invasiones que cambiaron las aguas del afluente, por unas  corrientes de delincuencia y drogadicción.

 

DESCENDIENTES DE PRÓCERES

 

La Plaza Mayor tuvo en esas generaciones, descendientes de los próceres y demás empleados de la corona española, fueron unas familias que gestaron la demografía vallenata, desde donde se desprendieron los apellidos que llevaban en sus genes el don de la dirigencia, y que ya en etapas más influenciadas por la modernidad, le fueron cambiando  imagen del entorno, pasando de los alambres de púas a modernas aceras y calles que motivaron la instalación de locales comerciales, entre los que sobresalió la fundación del hotel Wellcome de Víctor Cohen, en donde tuvo la dicha de hospedarse, Gabriel García Márquez cuando el escritor colombiano era apenas un vendedor de libros, y que dicho sea de paso, quedó debiendo la factura del hospedaje.

No se puede hablar de esta plaza sin mencionar la acequia que la atravesaba, de la vieja casa  que sirvió de escuela y alcaldía en la esquina donde hoy se erige el edificio que por muchos años sirvió de sede de Telecom y que cuando lo estaban construyendo, el nivel freático le dio mucha lidia a los ingenieros, tampoco se puede olvidar el arrase que la modernidad trajo de los centenarios higuitos que servían de techo al inclemente sol, cuando en el mandato de Jorge Dangond le metió buldócer para pavimentar el sector, fue un impacto proporcional a lo que reclaman los conservacionistas de hoy frente a la remodelación de ‘Tuto’ Uhía.

 

EL ‘PALO’ DE MANGO

 

En este recorrido por los senderos de la Plaza, tiene que mencionar la especie vegetal más representativa del lugar y hoy de la ciudad, ‘El palo de mango’, el que hoy, es el indicativo más puntual de esas manos laboriosas que echaron raíces en el lugar como el mismo árbol en referencia, el que se convirtió en termómetro de manifestaciones políticas y folclóricas, además, de inspiración a los cantores que terminaron de catapultar la fama de esta villa,  su siembra se le atribuye a otro de los jerarcas de esas familias que cimentaron la idiosincrasia  vallenata: Don Eloy Quintero, quien de acurdo a los expertos, lo trajo de la región de Atanquez.

En ese ‘palo de mango’, bajo su sombra, se improvisó la primera tarima para la realización del Festival Vallenato, aunque ya para la posesión de López como primer  Gobernador del Cesar, se había construido una,  bajo las manos de Augusto Castellanos, otro de los ilustres habitantes de la vecindad.

A medida que el Festival  Vallenato fue creciendo se gestó la construcción de una estructura de cemento que quedó bautizada como Francisco El Hombre’ dado el duelo que según la leyenda, había tenido Francisco Moscote, un juglar guajiro, con el mismísimo  satanás.

Muchos reyes se coronaron en este entorno, hasta el 2003, cuando su capacidad fue superada por un público que llegaba al Cesar en los meses de abril, para escuchar acordeones, esta enardecida afición, gestó la creación del parque de la Leyenda, en donde se realiza en gran parte el certamen, pero la plaza quedó como el ombligo histórico del folclor y por ende los acordeones hacen paso obligado en las eliminatorias preliminares por esta sede eterna de los ritmos vallenatos.

Este año El Eccehomo tendrá no solo el brilló de las veladores y aceites que le untan los feligreses, sino el resplandor de un mármol que acariciará los pies descalzos de los penitentes que pagan sus mandas, ese material hace parte de las decenas de elementos utilizados para vestir con el señorío de una dama respetable, a La Plaza de la iglesia La Concepción, otro de los edificios que ha albergado los ministros de la fe que ayudaron a crecer espiritualmente a las familias vallenatas de sus alrededores, entre estos el padre Vicente,  Fray José de Sueca, Guarecú, El Padre Pachito, Armando Becerra y otros más recientes como Pablo Salas y Enrique Iceda.

Faltarían muchas líneas para desgranar la historia de esta plaza que, con un nuevo maquillaje recibe Valledupar hoy con la solemnidad de una sinfónica y el anfitrión ritmo de los reyes vallenatos , lo que llena de beneplácito a los gestores de la obra, pero que no deja de alterar el espíritu conservador de los que no les gusta el alquiler en la revolucionaria modernidad, muchos de los cuales, no han superado lo que ya había sucedido con la demolición de algunas unidades que rompieron la esfera de ese perfil español que tatuaron en el alma, tales como la misma casa de los Pavajeau, la de los Palmera,  el edificio de la Alcaldía, el Banco de Occidente y tantos otros que desajustan  la panorámica de una plaza que hasta los olores del incienso  perdió, por el del estiércol  de los errabundos que le la han tomado como sus hotel cinco estrellas.