Colombia celebra hoy uno de los más emblemáticos días patrios. ¿Saben las nuevas generaciones qué se celebra? ¿Tienen formado un concepto de qué significó la Independencia y el tránsito a la formación de una República, hasta llegar al sistema político que hoy nos rige? ¿Les dan importancia a la consolidación de valores compartidos y del concepto de Nación?
La pregunta se hace no para hacerles un examen a esas nuevas generaciones, sino para que entre todos los colombianos reflexionemos sobre aquellos hitos –históricos, políticos, económicos, sociales, deportivos– que impulsan un sentimiento nacional que, en todo caso, sirve para proyectar lo mejor del país y unificar voluntades para hacer las cosas bien.
La lectura derrotista, hipercrítica de nuestra historia tiene muchos adeptos. Hace 15 años, el respetado historiador Eduardo Posada Carbó, en su libro La Nación soñada, escribía que “en las descripciones sobresalientes de nuestra nacionalidad, nuestro pasado tiende a confundirse con una historia sucesiva de frustraciones, nuestro presente con un cuadro de ignominias y nuestro porvenir con el desaliento”.
Lanzaba el historiador una propuesta académica, con la voluntad también de animar debates que se salieran de los clichés y etiquetamientos, con el fin de que se hicieran balances en los que cupieran las luchas por la civilidad, la construcción de instituciones dotadas de legitimidad y la larga trayectoria como país –con sus más y sus menos– apegado a las tradiciones democráticas.
Democracia, libertad, legalidad. Pilares de una convivencia que sigue construyéndose y que depende de cada colombiano ayudar a fortalecer. Voto libre, elecciones transparentes y periódicas, control político, participación en las decisiones que afectan a la sociedad, a las comunidades: valores irrenunciables en la democracia. Libertad económica y de empresa, libre competencia, economía de mercado y equidad social: nadie que quiera demolerlas debe tener el respaldo de los demócratas.
Los últimos tiempos han sido proclives a la formulación de una especie de juicio histórico, que se ha concentrado en exigirle cuentas a este Gobierno, posesionado en 2018, por problemas acumulados desde hace décadas. Se le cobran responsabilidades por deudas sociales no resueltas, adhiriendo a un discurso que señala que “todos (los gobernantes) son lo mismo”. Una pausa reflexiva permitiría mirar en su justa medida, cuatrienio a cuatrienio, qué ha avanzado, qué condiciones de vida han mejorado, qué sectores sociales han podido superar las limitaciones en las que crecieron y vivieron sus padres y abuelos.
Este no es un ejercicio de complacencia, ni de aplausos gratuitos, sino de permitirse como ciudadanos críticos y participativos tener conciencia de que los progresos en diversas áreas merecen reconocerse, precisamente para no permitir retrocesos. Por ejemplo, en coberturas en salud pública, alfabetización, educación básica y media, nutrición infantil, equidad en reconocimiento y respeto a los derechos de las mujeres, y muchos asuntos más, en los que nadie tendría razones para sustraerse a su impulso y realización.
Este es un país que vibra con los triunfos de sus deportistas, hombres y mujeres que descollan en los escenarios del mundo y despiertan un fervor patriótico incomparable, más valioso por cuanto es de una sinceridad y una espontaneidad sin sombras. Todavía somos una nación que se conmueve con la exhibición de sus símbolos patrios en ocasiones festivas como las que nos ofrecen estos colombianos excepcionales.
Hay que volver la mirada a todos esos puntos de unión y de propósitos comunes. Los días patrios deberían ser, de nuevo, fechas para repasar lo bueno que se ha logrado, y comprometerse con lo mejor que se puede con seguridad alcanzar