Algunos sectores de la sociedad se han entusiasmado con el paro. Son los mismos en pedir empleo, mejor calidad de vida, servicios públicos, educación y salud gratis. Primero que todo, y lo vamos más a decir de manera cruda para que se entienda de una vez por todas lo que se está apoyando; empleo se lo podrán pedir a los promotores del paro, a quienes lo organizaron; porque los empresarios, los dueños de las empresas que tuvieron que cerrar no los pueden obligar a crear puestos de trabajo, los mismos que se destruyeron como consecuencia de una protesta irracional y violenta. Entonces nuevos empleos no se crearán. Nadie va a arriesgar el poco capital que les quedó, para que lo incendiarios vuelvan a quemárselos. Mejor calidad de vida, la dudamos. Para ello se requiere inversión y fuerte, y como el país perdió la confianza inversionista, lo más aconsejable es que los promotores del paro la consigan o logren el apoyo de Maduro. Mejores servicios públicos, educación y salud, ¡claro! eso se otorga financiando los programas sociales y esa financiación solo se puede hacer vía impuestos. O sea, buscando recursos en los bolsillos de los contribuyentes. ¿Y cómo?. Pues con lo más detestable y que fue la razón del paro: una reforma tributaria. Allá terminaremos todos clavados, bien sea por este Gobierno o por los que vengan, porque a ello llevaron al país los precursores de la protesta social y los incitadores del paro.
No es difícil observar cómo en los últimos días, dentro de lo que genéricamente se conoce como “el paro”, se ha venido mutando en Colombia de la anarquía al anarquismo. A pesar de que algunos pudieran confundir estos términos, incluso tildándolos de sinónimos, ellos están a nuestro juicio separados por una línea divisoria clara. Ya en sus características esenciales, ya en sus objetivos inmediatos. O al menos no son exactamente lo mismo.
Bajo esa perspectiva escueta podría decirse, pues, que la anarquía es un fenómeno espontáneo que se produce ante un desmayo intempestivo de la autoridad y orden legales, dando vía libre a las tropelías y a cuanta oportunidad destructiva existe dentro de una trayectoria emocional caótica, mientras que de otra parte el anarquismo es toda una formulación política, debidamente organizada y racionalmente dirigida a derruir los valores prexistentes.
Por ello el anarquismo busca, más allá de la anarquía, demostrar fehacientemente tanto la irrelevancia de las normas, fruto de la incapacidad o negligencia estatales para aplicarlas, como que al mismo tiempo se opone, por todos los medios a la mano, a cualquier concepto o fuente de autoridad originada, no solo en la ley y la legitimidad coercitiva de que ella goza en un sistema democrático, sino también en los otros elementos no menos importantes de la cohesión social. Y por ello el anarquismo no es solo un desfogue emocional, de índole temporal, sino que ante todo ve y trata de denunciar una supuesta confabulación autoritaria en los ingredientes que dan soporte y dinámica a una sociedad con vocación de futuro. Y que al contrario y precisamente intenta nublar para hacer perder el horizonte. En buena proporción, entonces, la anarquía es el medio, pero el anarquismo es el fin. Y todos sabemos quién es el que persigue ese fin.
Por supuesto, el anarquismo ha encontrado caldo de cultivo en las dramáticas circunstancias provenientes de la crisis sanitaria y las consecuencias económicas y sociales del coronavirus. Y que en cierta medida también tuvieron origen en las cuarentenas reiterativas que, bajo los criterios del régimen de la China adoptados sin filtros para cada tiempo y lugar y sin reparo en un sistema de libertades, se expandieron por el mundo occidental y con mayor rigor en Colombia. No hay que confundir, desde luego, el anarquismo con las reivindicaciones sindicales, ni con las protestas amparadas en el estricto marco constitucional. Pero, aparte de ello, es evidente que los elementos anarquizantes se han desembozado, sin talanqueras, y han puesto en jaque a la economía como bien público, a través del vandalismo y los bloqueos viales, llevando a la quiebra el sustento de millones de familias colombianas, catapultando la crisis sanitaria e impactando gravemente las fuentes de empleo hasta llegar a la trágica paradoja de que en estas semanas se han perdido cerca de 11 billones de pesos que, justamente, se pretendían recaudar para fondear los programas gubernamentales con destino a los sectores más vulnerables. De tal manera que quienes protestan, ojalá y no se les olvide más adelante volver a protestar, pero no contra el empresariado, los generadores de empleo, o el Gobierno. Deberán hacerlo contra quienes les tendieron la trampa del paro y la protesta social. No se les olvide.