Hemos dicho que la gente puede protestar por lo que le dé la gana. Ese un derecho. Pueden salir a vociferar lo que quieran. Pero eso sí, sin afectar el derecho de los demás. Aquí en nuestro país hizo carrera que una parte de la población hace valer sus derechos violentando el de los demás. Y eso es lo que viene ocurriendo desde que la llamada protesta social – con la que estamos de acuerdo en su concepción más no en su desarrollo y legalización- fue instituida con rango constitucional, el constituyente se le olvidó los derechos de quienes no protestan, o de quienes prefieren no las vías de hecho, sino del dialogo y el entendimiento.
Pues bien. Aquí se ha legalizado la protesta violenta, la protesta sangrienta, la protesta en la que prevalecen los infiltrados y estos terminando dominando a la mayoría de los manifestantes que desearían expresarse de manera pacífica. A eso, a esos y aterradores hechos la sociedad debe ponerle fin. ¿O hay que permitir que se muera un paciente en la ambulancia porque unos energúmenos tienen la vía bloqueada?. ¿Dónde está el derecho a la vida de ese paciente?. ¿Dónde el derecho a la subsistencia de miles de personas a las que no les llega alimentos porque las carreteras están obstruidas? ¿Dónde están las Ongs y los organismos internacionales que defienden los bloqueos de vías y las protestas en las cuales se atenta contra la vida de millones de inocentes?. Ojo nos están incendiando el país para acabarnos, para destrozarnos, para que la situación nos conduzca por qué no decirlo de una vez, a una guerra civil, a una guerra cuya cuota inicial es tumbar al Gobierno, destrozar el régimen institucional y que venga lo que venga. ¿Eso es lo que quieren?. Pues sí eso lo que quieren, un levantamiento por las vías de la violencia deben decírselo al país y la sociedad colombiana debe abandonar su actitud hipócrita y definirse.
Es lamentable lo que está ocurriendo en esta Colombia que la están destrozando y mostrándola ante el mundo como lo que no es.
También ha sucedido que al paro se han sumado los indígenas, taxistas y transportadores, quienes han agregado el ingrediente de los bloqueos dentro y fuera de las ciudades, en una deriva muy peligrosa.
Los bloqueos están sitiando a las ciudades por alimentos, medicinas, oxígeno y combustibles. Los que los están instigando quieren sacar provecho económico de esa situación y están tomando de rehenes a los habitantes de pueblos y ciudades. Y no hay dudas que las consecuencias de los bloqueos sobre la economía son muy complicados y dañinos. No están llegando insumos para la producción y algunas empresas han tenido que suspender su actividad productiva agobiadas por la situación. El riesgo y la violencia están afectando los sistemas de transporte, y para los trabajadores es una proeza llegar a los lugares de trabajo.
De otra parte, los precios de los alimentos están empezando a subir por la escasez, como lo han reportado las centrales de abastos. Se conforma lo que se conoce como un choque de oferta, con reducción de la oferta de alimentos e inflación. Con millonarias pérdidas para los productores agrícolas y para aquellos transportadores que no se sumaron al paro y quieren movilizar los productos.
También se está poniendo en peligro la reactivación de la economía por la incertidumbre que se está provocando en medio del caos y la parálisis. La actividad productiva está a media marcha desde que comenzó el paro y se ha ido ralentizando aún más con el paso del tiempo, a medida que persisten los bloqueos. Sin olvidar los efectos sobre el empleo y el bienestar de los hogares que se harán sentir en el mediano plazo.
Esa es la Colombia que hoy tenemos. Y muy seguramente la que nos merecemos.