Como medio de comunicación desde que empezó la pandemia y dada la gravedad de la misma nos encargamos de llamarle al Covid ´virus asesino´ para que la gente entendiera que nos encontrábamos frente a un monstruo que si peleábamos con él podría derrotarnos fácilmente hasta causarnos la muerte. Algunos creyeron que estábamos ejerciendo una campaña amarillista para hacernos a más lectores, pero estaban equivocados. El ´virus asesino´ con el transcurrir del tiempo ha ido matando más y más gente, causando dolor, mucho dolor en miles de familias en Colombia y millones en el mundo.
Ilustramos que la comunidad científica había logrado detectar que una de las maneras de combatirlo en cierta medida era el de seguir de manera rigurosa las recomendaciones como el distanciamiento social, el uso del tapabocas, lavarnos las manos y todos esos consejos que hoy la gente se conoce. Las personas responsables han seguido al pie de la letra esas recomendaciones, y muchas de ellas han resultado afectadas por la irresponsabilidad de otros porque se han contagiado y a veces no conocen la manera como adquirieron el virus. Pero ese no es el tema. El tema es de los irresponsables, el de las personas que propagan el virus a sabiendas de que ese ´bicho´ está matando a las personas que no logran vencerlo, comportamiento e indisciplina social que nos ha llevado al confinamiento que estamos viviendo y con el cual el sector de la sociedad que es responsable y le tiene respeto a la vida está de acuerdo. Los otros, no. Los que les gusta la pachanga, las covifiestas, la recocha, el zapateo, y los que se aprovechan de ese comportamiento tampoco lo apoyan.
Aquí la máxima de que la economía y la vida pueden coexistir es válida pero en un tipo de sociedad distinto a la nuestra. Aquí nadie está en contra del comercio, del aparato productivo, ni de las empresas. Es una apreciación torpe, un concepto egoísta, que solo mira el problema por un solo lado, cuando lo que se pretende es que para que ese aparato productivo exista y vuelva a reactivarse, se requiere de un aparato consumidor saludable y dispuesto a hacerlo. No unos consumidores dentro de un ataúd. ¿Y por qué se ha llegado a ello?. Sencillo: por la irresponsabilidad de una minoría que se convirtió en incontrolable y ahí tenemos las consecuencias, las que estamos viviendo: un tercer pico de insospechables consecuencias.
Está demostrado que Colombia entró ya en un tercer pico de la pandemia. Tal como ocurrió con los dos anteriores (julio-agosto de 2020 y enero de este año) el aumento de contagios y muertes por el covid-19 no tiene la misma intensidad en todo el territorio, sino que hay regiones, como Atlántico y Magdalena, en donde la curva epidemiológica ya se encuentra en niveles críticos, según lo evidencian los altísimos porcentajes de ocupación de Unidades de Cuidado Intensivo (UCI), en tanto que en otras ciudades y departamentos apenas si está empezando el incremento del coletazo sanitario.
Como ya lo han explicado hasta la saciedad las autoridades y los expertos, si bien Colombia viene avanzando en su programa de vacunación masiva aún está muy lejos de alcanzar un 60% de su población inoculada, que es cuando se supone comenzará la “inmunidad de rebaño”, por lo que todas las alertas deben estar prendidas para evitar que esta tercera ola de infecciones y decesos por el coronavirus alcance los niveles de morbilidad y letalidad que se registraron en el primer mes de 2021, sin duda el lapso más crítico durante el año de emergencia en nuestro país que ha dejado más de 64 mil víctimas.
En ese orden de ideas, el plan de contingencia ante el riesgo que representa este tercer pico no solo debe ser más eficiente y amplio en materia de enfoque regional y local, sino que exige un nivel de articulación institucional muy alto. Si bien es cierto que el Gobierno nacional fija las pautas generales sobre las medidas a implementar, tanto desde el punto de vista del sistema de salud como de las restricciones a la movilidad social y la actividad productiva, son finalmente los gobernadores y alcaldes los que deben evaluar, acorde con su realidad epidemiológica y la capacidad de respuesta hospitalaria, qué directivas aplicar en sus jurisdicciones.
Este es un proceso que debe hacerse de manera rápida y eficaz. No hay lugar aquí a rivalidades jurisdiccionales ni mucho menos de otra índole. Hay que meterle más rigurosidad a las medidas de confinamiento para poder contener el virus o de lo contrario lo lamentaremos.
Todas las alertas están prendidas y los expertos señalan que el efecto epidemiológico de los viajes y la mayor interacción social en la Semana Santa se verá sólo en dos semanas. Si a ello se le suma que la curva de contagios y decesos tiene una evolución regional y local muy alta y diferenciada en el territorio, lo que urge es la máxima coordinación entre Presidencia, gobernadores y alcaldes para mitigar lo más posible la coyuntura sanitaria. No hay tiempo que perder en asuntos menores y la ciudadanía debe ver al Estado actuando como uno solo ante tamaña crisis. Y a la gente que sea mas responsable.