Diario del Cesar
Defiende la región

La fe los cristianos siguen intacta 

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Por segundo año consecutivo el mundo católico volvió a vivir una Semana Santa sin procesiones y con reducido número de fieles en las ceremonias. Para los católicos, estas restricciones son ya de por sí un llamado a lo esencial. A saber renunciar a lo secundario y adjetivo, sin despreciarlo. A ir al fondo. Tal vez descubramos que las crisis de fe, la irreligiosidad o la arreligiosidad que a ratos invaden a los creyentes, el divorcio entre lo que creemos y predicamos y lo que hacemos, son síntomas de una pandemia espiritual soterrada que en algún momento se vuelve irremediable.

Si fuéramos a intentar una fórmula para renovar nuestra condición de seres en un mundo amenazado por la pandemia, podríamos plantear una reeducación “cosmoteándrica”. Es decir, apoyándonos en el teólogo español, de ascendencia hindú, Raymon Panikkar (1918-2010), autor de este concepto, mantener una relación de amor con el Cosmos, con Dios y con la Humanidad daría una razón de ser a nuestra misión en la tierra, a nuestro destino en la Historia. Podría hablarse de una espiritualidad cosmoteándrica para iluminar los retos y desasosiegos, los miedos y las desesperanzas de la peste que nos golpea.

Apostar en estos días, como se ha solicitado, por evitar las aglomeraciones y asumir con seriedad el ascetismo del encerramiento, de las no fiestas, del distanciamiento social, es más que saludable. Para cada uno y para los demás. El silencio y la soledad son necesarios para adivinar la presencia del Dios de cada uno en el fondo de las peripecias humanas. No renunciar a esta creencia es mantener encendida una brasa entre las cenizas. Es reinventar la Semana Santa

Hace un año, cuando el mundo ya había enmudecido ante una pesadilla que todavía no termina, hombres y mujeres de todo el orbe se estremecieron ante la imagen de un Papa solitario ante la inmensidad vacía de la Plaza del Vaticano. Era el impacto de ver un Pontífice agobiado, como todos los habitantes de la Tierra, por la incertidumbre de un futuro en el planeta ante la aparición del Covid-19. Pues de hace un año para acá, poco ha cambiado. El mundo sigue siendo azotado por la pandemia pero con la diferencia que ya se tiene una vacuna y la humanidad lucha contra el otro virus: el acceso a ella

Un año después y con el coronavirus aún vigente, vale la pena preguntarse qué tan unidos están los seres humanos en el propósito de ganarle la batalla a la pandemia y si esta emergencia sin precedentes en el mundo moderno ha servido para privilegiar el bienestar colectivo sobre el individualismo dominante en los últimos tiempos.

Pero la respuesta no parece ser la que el Pontífice anhelaría que se produjera luego de su conmovedora bendición Urbi et Orbi, en la que también llamó a reflexionar sobre “cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad” y sobre “esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos, esa pertenencia de hermanos”.

Lo cierto es que una Semana Santa después, cuestiones de gran calado, como que la Organización Mundial de la Salud tenga que hacer recurrentes llamados a las naciones desarrolladas para que permitan que los países de escasos recursos también puedan tener pleno acceso a la vacuna contra el coronavirus, así como la ausencia de pequeñas causas como el adecuado y permanente uso del tapabocas, parecen demostrar que es poco lo que se ha avanzado en aquella tarea de construir un mejor hábitat para todos, de cuidar la Casa Común.

Tal vez es por eso que durante esta Cuaresma el tema central de reflexión del Papa Francisco ya no ha sido la pandemia. A fuerza de imperiosa necesidad, ha vuelto a implorar que cesen las guerras, como la de Siria, que ya cumplió una década, y que se cuide el agua que queda en el planeta, ese pasaporte único a la supervivencia humana.

De ahí que el llamado del Santo Padre en esta ocasión haya vuelto a ser más amplio: “Solo si logramos mirarnos entre nosotros, con nuestras diferencias, como miembros de la misma familia humana, podremos comenzar un proceso efectivo de reconstrucción y dejar a las generaciones futuras un mundo mejor, más justo y más humano”.

Él todavía tiene esperanza en el mundo, la misma fe que los cristianos ven en el Resucitado, objetivo de estos días santos.