Diario del Cesar
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El Instpecam, la escuela que industrializó el canto de Diomedes Díaz

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En el año 1973 en la tropa de los primíparos que entraban a realizar el primero de bachillerato en la antigua Escuela Industrial, Pedro Castro Mosalvo, Instpecam, se matriculó un muchacho que por su timidez, pasaba prácticamente desapercibido, su nombre era Diomedes Díaz Maestre.

Venía de un pueblo, y como tal, le tocó soportar lo que ahora llaman matoneo por parte de los compañeros citadinos que, se creían más civilizados y se burlaban del comportamiento sumiso de los pueblerinos.

Con el transcurrir de la mañana después de asistir cada uno a sus cursos, horas más tarde, se escuchaba el campanazo del recreo, espacio en el que corrían los muchachos orondos en busca del hielo como el Coronel  Aureliano Buendía, el de Cien Años de Soledad, tras el sabor de un cholado refrescante como merienda.

Ahí, en ese encuentro obligatorio con Orlando, el vendedor del ‘raspao’, llegaba el desgarbado adolescente, Diomedes Díaz Maestre,  nacido en Carrizal, finca ubicada entre La Junta y Curazao en La Guajira, siempre andaba con una inseparable mochila de fique de varios colores, dentro de la cual un  cuaderno le hacía compañía a su guacharaca, instrumento que casi nunca dejaba.

En ese trance y en repetidas ocasiones fue haciendo amigos que lograban arrancarle una que otra palabra, dentro de los cuales había un habilidoso ‘pelao’ que ya estaba inmerso en el mundo de la música vallenata, era Jorge Quiroz, quien hacía conjunto  con una revelación del acordeón para la época: Luciano Poveda, con ellos hizo química el callado Diomedes Díaz, con quienes comenzó a entonar canciones y a sonar su guacharaca.

Rápidamente, fue sacudiendo esa  timidez y fue develando la fuerza de su carisma y el cargamento de canciones que comenzó a soltar con una facilidad inversamente proporcional a la conjugación del verbo ‘to be’ que tanta lidia le daba en las clases de inglés. A los pocos meses ya estaba en los actos cívicos, no solo cantando, sino raspando el instrumento que con tanto celo guardaba en su mochila.

 

PRIMERAS GRABACIONES

Antes de concluir el primer año de bachillerato ya Jorge Quiroz le había grabado un sencillo de dos temas: ‘La Negra’ y ‘El Cantor Campesino’, era de religiosa rigurosidad que, en los parlantes o bocinas de la institución ubicada donde hoy funciona la Escuela de Bellas Artes en Valledupar, los quince minutos de recreo eran para promocionar los dos discos de Díaz Maestre.

Allí en ese escenario educativo, comenzó el motor propulsor de un diamante que se comenzó a pulir en los salones y talleres de esa institución, en jornadas que matizaba con los encuentros cívicos y culturales que en sana competencia  se daban entre los estudiantes de los colegios: Loperena y  el Pedro Castro Monsalvo; en esos avatares conoció a Rafael Orozco, otro embrión que se gestaba en el vientre folclórico del vallenato, y quien más tarde lo bautizara con el apelativo que lo acompañó hasta la muerte: “El Cacique de La Junta”.

En esas mismas aulas del Instpecam conoció a unos compañeros que después hicieron parte de su conjunto profesional, se trató de: Tito Castilla, su cajero;  y Rangel ‘Maño’ Torres’  su bajista, muerto en accidente aéreo en Venezuela,  donde murió también, Juancho Rois.

A pesar de que al año siguiente se cambió  para el Loperena, Diomedes no olvidó a los amigos que cultivó en las aulas instpecanistas, tanto así, que el primer baile que hizo en la unión con ‘Colacho’ Mendoza, lo tocó en la vieja Escuela Industrial.

Tal vez, las especializaciones de los talleres por donde pasó esta estrella del canto vallenato, fueron determinantes en su ascenso musical. Figurativamente se podría decir que, en el taller de  motores, encendió las hélices de su  despegue; ebanistería, talló la madera para cantar; en mecánica, torneó con el buril de su fama; dibujo, trazó las perspectivas de los planos se su carisma, y en fundición, acrisoló la aleación del artista y la persona triunfó en todos los escenarios.