Diario del Cesar
Defiende la región

‘Cuchicuchi’, el mimo que  roba sonrisas y carcajadas

694

Muchos lo distinguen, otros lo tratan, se juegan con él, se divierten con sus movimientos originales.  También hay quienesse enojan. Pero pocos conocen de cerca su realidad.

Se trata del mimo que habla a través de silbido, el que gran parte de los vallenatos reconoce, de aquel que desde hace mucho tiempo ejerce esta actividad en las calles de Valledupar, especialmente en los alrededores de la Gobernación del Cesar.

Son contadas las personas que saben de su apodo, ‘Cuchicuchi’; muchas menos quienes saben que su nombre de pila es Kevin Joe León Hernández, nacido en Arjona, Bolívar, hace 39 años.

Este personaje ha dedicado 17 años de su vida a esta actividad artística, en la cual se ha expuesto a golpes, insultos o malas caras de aquellos que no soportan una imitación, pero también lo llena de alegría las sinceras gracias de las personas, las sonrisas de niños, jóvenes y adultos, y las carcajadas de los que conocen del buen humor.

Su historia nació en Bogotá, -nos contaba mientras se desmaquillaba sentado en un sillón viejo que adorna la pequeña sala del apartamento en el que vive en el barrio Villa Haidith-. Dijo que con un par de amigos decidió salir del seno de su hogar a conseguir algo mejor para vivir, a raíz de la escasez económica de los padres, quienes vivían en una casa de plásticos y cartón, donde las camas eran de trojas.

 

EL SUSTO DE SU VIDA

Desde los siete años conoció el sacrificio del trabajo. Inició lavando platos en un restaurante en donde pasó el mayor susto de su vida, pero al tiempo el mejor momento, a través del cual conoció la honradez como principal fortaleza.

Cuenta que uno de los clientes de aquel negocio dejó un maletín, que tomó y abrió por curiosidad. Estaba lleno de plata, joyas y en su interior dos pistolas que lo impresionaron. Al ver esto lo cerró y lo llevó hasta la Policía. El dueño del maletín regresó armado hasta los codos con sus escoltas y en medio del llanto confesó que él lo había tomado. El ‘gigante hombre’ le había dado las gracias por recuperarlo de una manera particular, le mandó a arreglar la vivienda de sus padres.

 

SU AMISTAD CON ‘EL SAYAYÍN’

Pese a ello, Kevin, conocido como ‘Cuchichuchi’, decidió irse a buscar un nuevo rumbo. Llegó hasta Cartagena, donde vendió dulces en los buses. Dice que lo hacía junto a John Jairo Sayas Díaz, conocido como el “El Sayayín”, cantante de champeta, quien falleció en julio del 2012.

“Él era como un hermano para mí. Yo le componía canciones y él las cantaba, como aquella que dice ‘compa’e yo me enamoré de una linda morena…”, aseguró entre risas y movimientos de cuerpo.

Esa faceta de compositor la guarda para sí y le dedica canciones a su actual esposa… con quien espera un bebé. Él reconoce que es como un “detodito”.

Ya tenía casi toda la cara limpia, sin pintura. Su aspecto era otro. Un hombre más de casa, se le notaba el cansancio luego de su rutina de la mañana. Aún llevaba puesto su uniforme: buzo rojo, chaleco, pantalón y correa negra, con unos zapatos del mismo color, todos desgastados.

La conversación se extendió. Recordó cómo llegó hasta capital del país en mula, en donde descubrió su gran talento. Pasó hambre, frío, riesgos, durmió en las calles, pidió comida, pero nunca se contagió de las “malas mañas” de sus compañeros de viaje, quienes murieron por estar robando.

“Yo no dormía, lloraba mucho pensando en mi familia, en mi mamá, en mi papá”, dijo. Estaba solo, sin saber qué hacer, caminaba por todos lados y hasta que un día vio a un mimo quien le llamó poderosamente la atención, a quien confundió con un payaso. Quiso ser como él para ganar dinero, pero le costó.

$1.500 era el valor que le cobraba por pintarle la cara, pero no lo acompañaban ni $50. Aunque eso le partió el alma fue motivo de lucha. Encontró a un señor que dibuja cuadros y le pintó la cara de negro. Dijo que parecía un mimo de terror, “se me secó la pintura y no podía mover la cara… tenía tiner y me estaba quemando las cejas”- aseguró en medio de risas y nostalgia por que recibió lluvia de críticas en ese entonces.

Aunque no fue su mejor día, él siguió motivado. Volvió a pintarse la cara con aquel amigo de cuadros, esta vez con pintura roja, pero solo consiguió 1.300 pesos. Volvió donde el mimo y no le quiso pintar la cara porque hacían falta 200 pesos. Decepcionado y con hambre decidió alimentarse. Al sentirse derrotado y agotado pidió a Dios ayuda. Al día siguiente se levantó más temprano que de lo normal y encontró un billete de $5.000, el que le cambió la vida.

El mimo esta vez no tenía como negarse. “No es na’ que el tipo me pintara la cara, sino que perdió enseguida, porque comencé a trabajar, todos los días le llegaba con los $1.500 y fui cogiendo fama. Un actor me ayudó a mejorar algunas cosas, a adquirir la gracia en mí. Todos los días trabajaba con un libro en la cabeza para caminar como una mujer… así fue y gracias a Dios hoy día soy un buen mimo”.

Su historia en Bogotá culminó luego de que se enterara que estaban matando a algunos mimos porque al parecer hurtaban en medio del ejercicio. Llegó a Barranquilla, donde se disfrazaba de la estatua humana, robot e inició su amistad con personas destacadas como Serafín, Peluquín, Lucho Chamié, Maicol, entre otros.

Un gran motivo lo llevó a viajar a Valledupar: su hermano, tenía más de 20 años de no saber de él. Lo encontró, vivieron en una misma casa hasta que decidió que cada quien debía ser independiente. Desde entonces lleva 15 años viviendo en la capital del Cesar, el mismo tiempo que se ha dedicado a rebuscarse como mimo en semáforos, en calles, hasta que llegó a los alrededores de la Gobernación del Cesar. Allí lleva muchos años, se volvió su sitio preferido. Recibe buenas propinas y hasta amigos de los políticos se ha convertido.

 

NO TODO ES RISA

No obstante, y pese a verse todo el tiempo con una sonrisa de oreja a oreja, hay días en que no todo es color de rosa: cuando sus hijos se enferman, cuando no hay comida para la casa, cuando le duele algo, pero le toca salir adelante.

“Siempre tengo que demostrarle la felicidad a mi gente, las buenas energías a pesar de lo que me esté pasando. Soy muy creyente y eso me permite estar siempre sonriente a pesar de lo que me pase”, aseguró.

Kevin realiza su actividad de lunes a viernes de 8:00 am a 1:00 p.m y las tardes, sagradamente, se las dedica a sus hijos y actual esposa, quien está en estado de embarazo. Está feliz. “Para mí mi familia es mi todo, es lo más lindo que me ha pasado”, lo dijo mientras con ternura miraba a su familia.

Su creencia en Dios y el amor a la vida y a la familia, le ha generado confianza para seguir en su labor y así poder conseguir lo que más quiere: una casa propia y sacar adelante a sus hijos y esposa.  “Seguiré siendo ese ladrón, pero ese ladrón de sonrisas”.